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Asuntos internacionales,
paz y seguridad humana












Historia y Estructura

Los primeros antecedentes / Hacia la creación de una comisión de asuntos internacionales / Los primeros años / El cambio de orientación del movimiento ecuménico / Se inicia un nuevo período

Los primeros antecedentes

La CIAI fue creada en 1946 como instrumento conjunto del Consejo Mundial de Iglesias (entonces en proceso de formación) y el Consejo Misionero Mundial, pero los orígenes de la preocupación a la que estaba destinada a atender se remontan mucho más atrás en la historia del moderno movimiento ecuménico, hasta llegar a la Unión de Iglesias por la Paz, de finales del siglo XIX.

Existe una línea directa que arranca de la Conferencia Mundial de las Misiones de Edimburgo de 1910, en el curso de la cual un movimiento ecuménico ya más amplio empezó a plantearse la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, a estudiar el problema de la libertad de religión y a destacar la importancia de la unidad de la Iglesia para las relaciones internacionales, la paz y la justicia. Esa línea pasa también por la Conferencia Misionera Mundial de Jerusalén (1928), que siguió elaborando sobre esas ideas y perfilando la doctrina de la libertad de religión, convirtiéndose así en una de las primeras fuentes de la ulterior y más amplia preocupación ecuménica por los derechos humanos.Y pasa además por los comienzos mismos del movimiento Fe y Constitución, especialmente en lo concerniente a la necesidad de desarrollar formas de "cristiandad práctica", conforme a lo sugerido por los participantes en las primeras conferencias de Fe y Constitución. Todo ello se plasmó en el movimiento de Vida y Acción, cuyo punto culminante fue la Conferencia de Oxford de 1937 sobre "Iglesia, Comunidad y Estado", que estableció el programa de acción para el futuro Consejo Mundial de Iglesias.

Fue en esa conferencia donde se adoptó la primera decisión formal de creación del CMI, creación que entonces se previó para poco después de 1937, si bien la guerra perturbó una vez más todos los planes. Se ha dicho que los orígenes del movimiento ecuménico se encuentran en los esfuerzos comunes de los cristianos por evitar la guerra, esfuerzos que no habían dado resultado antes de 1914. Pero los movimientos juveniles cristianos y el movimiento misionero trabajaron incesantemente durante toda la Primera Guerra Mundial e incluso después de ella para mantener los contactos a través de los frentes de batalla y para sanar las heridas causadas por la contienda. Lo mismo sucedió durante el período que precedió a la Segunda Guerra Mundial, así como en el trascurso de ésta y después, en la posguerra, y esos esfuerzos han continuado de diversas maneras hasta nuestros días: entre el Este y el Oeste durante la Guerra Fría, y de uno a otro lado de las líneas de guerra y de enemistad que dividieron el mundo a partir de 1945.


Arriba: La Conferencia de Oxford de 1937 sobre "Iglesia, Comunidad y Estado"


VÉASE TAMBIÉN:
- "The role of the WCC in International Affairs"

- Churches in International Affairs 1999-2002: pdf / Word
- Churches in International Affairs 1995-1998: pdf / Word

 

La configuración actual

Dos años antes de que el CMI fuera oficialmente fundado en Amsterdam en 1948, el consejo en formación se asoció con el Consejo Misionero Mundial para establecer una Comisión de las Iglesias para los Asuntos Internacionales (CIAI).

La CIAI fue creada en parte para responder a la necesidad de disponer de un instrumento eficaz de contacto con las Naciones Unidas en la esfera de la protección y el reasentamiento de los refugiados, labor que ya había iniciado durante la Segunda Guerra Mundial el CMI en formación.

Durante muchos años, los dos programas - asuntos internacionales y refugiados - fueron tratados por comisiones u órganos separados. Pero la estructura orgánica dada al CMI después de su Octava Asamblea en 1998 reúne en un solo equipo esas dos funciones históricamente esenciales del Consejo.

El coordinador anterior del actual equipo de asuntos internacionales, paz y seguridad humana, Dwain Epps, definó la nueva configuración como un incitante punto de partida que reafirma la conexión histórica y las relaciones de trabajo cada vez más estrechas que en los últimos años han mantenido la CIAI y el Servicio de Refugiados y Migraciones.

No se trata de que el uno absorba al otro, sino de una fusión de las dos entidades que necesariamente redundará en un reforzamiento de ambas.

Tanto la CIAI, por conducto de su Comisión, como el SRM, a través de su Red Ecuménica Mundial para las Personas Desarraigadas, se han esforzado por enfrentarse con las causas del sufrimiento humano, entre las que figuran la migración forzada y el desarraigo, promoviendo para ello la defensa de los derechos humanos, la prevención de los conflictos, la solución pacífica de las controversias y la reconciliación de los pueblos. La función y la composición históricas de la CIAI y el SRM seguirán siendo respetadas, y nosotros esperamos poder servir a ambos todavía mejor en el futuro.

Con ocasión del quincuagésimo aniversario de la creación de la CIAI, la Comisión celebró en Seúl (Corea) una consulta sobre el tema de la Conferencia de Oxford, replanteándose la cuestión de las complejas relaciones entre la Iglesia, la Comunidad y el Estado que ya seis años antes se había estudiado en Oxford bajo la ominosa amenaza del surgimiento del Estado nacionalsocialista en Alemania. Y allí se nos recordó la gran actualidad de aquellos debates. Por eso nos parece oportuno citar aquí algunas de las cosas que en Oxford se dijeron, sobre todo para recordarnos que nuestro enfoque actual de los asuntos internacionales podría muy bien basarse en lo que ya nuestros antecesores habían visto con notable claridad. Refiriéndose a la ansiedad que ocasionaba la posibilidad de una nueva guerra mundial, en Oxford se preconizaba así un enfoque general de los asuntos internacionales:
Condenar la guerra no es bastante. Muchas situaciones ocultan el hecho del conflicto bajo las apariencias exteriores de la paz. Los cristianos tienen que hacer cuanto puedan por promover entre las naciones la justicia y una cooperación pacífica, así como los medios necesarios para un reajuste pacífico a las condiciones cambiantes. Particularmente deberían los cristianos de los países más prósperos insistir en las demandas de justicia para los menos afortunados. La insistencia en la justicia tiene que manifestarse en una demanda de renuncia parcial de la soberanía por parte de los Estados nacionales de modo que éstos abandonen la pretensión de ser siempre jueces en sus propias causas.
A los participantes en la Conferencia de Oxford les preocupaba el hecho de que los cristianos y sus iglesias hubieran podido imitar al mundo en su inclinación a la injusticia y a la guerra, e insistían en su necesidad de arrepentimiento individual y comunitario. En todo momento, decían, la Iglesia tiene que ser la Iglesia, la cual debe esforzarse por recuperar continuamente su carácter de tal. A este respecto, el dirigente ecuménico francés Pierre Maury, en su discurso a la Conferencia, insistió en que
... el mundo está siempre tratando de que la Iglesia renuncie a su independencia o, lo que es lo mismo, a su sola dependencia de su Señor. Y trata de reducir la vida de la Iglesia al nivel común, para integrarla en la vida del mundo, ofreciéndole a cambio un puesto reconocido, ciertos derechos y, a veces, privilegios considerables. El mundo pretende utilizar a la Iglesia, enrolarla en la defensa de causas humanas, ya sean de derechas o de izquierdas. Y la Iglesia ha sucumbido constantemente a esas tentaciones. Y ha accedido a reconocer a otros señores además de su solo Señor. Tenemos que mantenernos continuamente vigilantes para asegurarnos de que la Iglesia no es la Iglesia de la democracia, o de una clase, o de la nación, sino ante todo, y de manera exclusiva, la Iglesia de Jesucristo.

Una por una y en sus respectivos contextos, las iglesias son, se dijo en Oxford, particularmente vulnerables a esas tentaciones. Y la Conferencia consideró que el movimiento ecuménico constituía una salvaguardia contra ellas ya que, a su juicio, la Iglesia "no es, ni puede ser nunca, la Iglesia de una comunidad local. La Iglesia en cualquier lugar concreto es parte de una comunidad universal y es conocida como tal". La Iglesia Universal no está "formada por sus partes constituyentes, como una federación de Estados distintos". La Iglesia no es "internacional", sino ecuménica; no es la suma de sus partes, sino un solo organismo que transciende las fronteras gracias a su unidad histórica que, dada en Cristo, ella misma se esfuerza por restablecer. Los lazos de la comunidad ecuménica se establecen, pues, entre miembros de un solo cuerpo cuya "fuente de unidad no es el movimiento de consenso nacido de la voluntad de cada hombre, sino Jesucristo, cuya única vida fluye por el Cuerpo y somete a la suya todas las voluntades."

La Iglesia es, por consiguiente, una comunidad supranacional. SLa Iglesia se compone de miembros de todas las naciones, y cree que esos miembros tienen más en común los unos con los otros que con sus respectivos conciudadanos no cristianos, en tanto en cuanto Cristo y la herencia cristiana tienen más valor que cualquier herencia nacional aparte de El. La Iglesia inculca la lealtad a Dios por encima de la lealtad al Estado, y da prioridad a la fidelidad a la comunidad cristiana sobre la fidelidad a la nación. Allí donde es realmente fiel a su naturaleza, la Iglesia no puede permitir que los intereses nacionales se impongan a los intereses de la humanidad, ni que ningún pueblo pretenda desarrollar su vida nacional sin la debida consideración a los demás.

La Conferencia de Oxford veía también a la Iglesia como una comunidad eterna por encima de todas las razas y de todas las clases, una comunidad para la que hombres y mujeres no son sólo, durante un limitado número de años, ciudadanos de una comunidad terrenal y de un Estado, sino también personas "llamadas a la ciudadanía de la ciudad eterna de Dios". Así pues, para la Iglesia, ser Iglesia supone la necesidad de perseguir el objetivo de la unidad no sólo por él mismo, sino también por el bien del mundo. La falta de unidad de la Iglesia debilita la credibilidad del testimonio de la Iglesia ante la sociedad.

Nosotros hemos tenido durante el pasado decenio que insistir en múltiples oportunidades en ese principio, por cuanto las iglesias de muchas partes del mundo se han encontrado más unidas a su comunidad, a sus tradiciones nacionales, a sus identidades étnicas y a sus particulares culturas o Estados que a Cristo o a las demás iglesias. En una época en la que la religión vuelve a ser utilizada como instrumento por las fuerzas políticas para suscitar conflictos, es útil recordar que no se trata de nada nuevo. El uso explícito del discurso teológico, el carácter central dado al culto y a la espiritualidad en las primeras fases del movimiento ecuménico y el enfoque fundamentalmente bíblico de la realidad que caracterizó al movimiento ecuménico en sus comienzos se están perdiendo en los debates contemporáneos marcados por unas formulaciones más seculares. Y es esto algo sobre lo que quizás tengamos que volver a reflexionar en un futuro próximo.

Hacia la creación de una comisión de asuntos internacionales

Una de las secciones más importantes de la Conferencia de Oxford trató de la cuestión de la Iglesia Universal y el Mundo de las Naciones. Y sus trabajos tuvieron grandes repercusiones en las iglesias de la Europa occidental y de los Estados Unidos, donde los consejos ecuménicos crearon comités para la consideración de sus repercusiones en las vidas, las relaciones ecuménicas y el testimonio de las iglesias durante el período que desembocó en la Segunda Guerra Mundial, así como en el curso de ésta. En los Estados Unidos, en particular, el Consejo Federal de Iglesias creó un Comité para una Paz Justa y Duradera bajo la presidencia de John Foster Dulles, un laico cristiano que había asistido a la Conferencia de Oxford. Ese comité organizó una serie de importantes conferencias ecuménicas sobre el orden mundial, conferencias a las que más tarde se reconoció el mérito de haber preparado a la opinión pública de aquel país para aceptar su plena participación en unas nuevas Naciones Unidas. En ellas se formuló una declaración, "Seis Pilares para la Paz", que introducía importantes correcciones en el proyecto original de Dumbarton Oaks para la Carta de las Naciones Unidas. En los documentos de base que les han sido distribuidos en relación con el programa se describe su influencia en la Conferencia de San Francisco de 1945.

En la Gran Bretaña se formó un Grupo de Promoción de la Paz, y en Francia, los Países Bajos y Escandinavia se crearon grupos análogos que, entre otras cosas, trataron esforzadamente de mantenerse en contacto y de sostener a la Iglesia Confesora de Alemania durante la guerra. Esos comités se mantuvieron en ese período estrechamente unidos entre sí por conducto de la Alianza Mundial para la Amistad Internacional. Y en Ginebra se estableció la sede del Comité Provisional del Consejo Mundial de Iglesias, a partir de la cual el Secretario General Willem Visser’t Hooft y sus más estrechos colaboradores mantuvieron una red clandestina de información entre la resistencia cristiana en Alemania y las iglesias y gobiernos de las potencias aliadas.

El Consejo Federal de Iglesias de los Estados Unidos propuso que el Comité Provisional del CMI convocara una pequeña conferencia internacional "para estudiar qué medidas pueden adoptar las iglesias e, individualmente, los cristianos para contrarrestar las tendencias conducentes a la guerra y acercarnos al establecimiento de un orden internacional efectivo". Con ese objeto se convocó en Ginebra en julio de 1939 una reunión de treinta prominentes laicos cristianos y dirigentes eclesiásticos, los cuales prepararon un documento que, con el título de "Las iglesias y la crisis internacional" fue enviado a las iglesias y constituyó la base de los debates ecuménicos que, en torno a la consecución de la paz y el orden internacional, tuvieron lugar en los años siguientes. Visser’t Hooft comenta que era notable que ya entonces una conferencia internacional hablase de "la responsabilidad de toda la humanidad por toda la tierra", diciendo que "todos los pueblos tienen interés en la sabia utilización de los recursos de los distintos países y en su planificación en beneficio de futuras generaciones". En el documento se manifestaba asimismo la convicción de que "la voluntad colectiva de la comunidad servirá para garantizar los cambios necesarios en interés de la justicia, del mismo modo que se utiliza para asegurar la protección de las naciones contra la violencia". De ese modo, y antes de que la guerra se orientara en el sentido de una victoria de los aliados, las iglesias habían empezado seriamente a reflexionar sobre la configuración de un nuevo orden mundial para la paz y sobre las instituciones indicadas para salvaguardarlo.

Esta labor ecuménica tuvo que ser estructurada en el período inmediatamente posterior a la guerra. De hecho, las actas del Comité Provisional del Consejo Mundial de Iglesias que se reunió en febrero de 1946 se refieren a esa tarea como a "una de las primeras" que debían acometerse. Y entonces se convocó una reunión cuyo objeto fue "examinar la responsabilidad de las iglesias frente a la crisis creciente de la política mundial". "Ha llegado el momento", decía el Comité, "de examinar la obligación del Consejo Mundial de prestar un servicio continuo en materia de asuntos internacionales, y los métodos más adecuados para cumplir esa misión". Con ese objeto decidió "crear una Comisión de Asuntos Internacionales. La importancia de esa comisión se deriva de la necesidad imperativa de que las iglesias den, de la manera más unida posible, testimonio de la importancia de la fe cristiana para la vida de las naciones, en un momento en que el mundo político se encuentra en caos debido a su renuencia a seguir las enseñanzas de nuestro Señor".

Entre las primeras tareas de la Comisión figuraría la de encontrar el "mejor método de colaborar con el Consejo Misionero Internacional a fin de actuar conjuntamente sobre el asunto de la libertad de religión y otras cuestiones de interés común,... (y) de considerar también la cuestión de las relaciones con la Alianza Mundial para la Amistad Internacional a través de las iglesias y de otros organismos".

También se pidió a la Comisión "que organizara una conferencia internacional de dirigentes eclesiásticos y laicos... para estudiar métodos que, en momentos tan críticos, permitieran hacer eficaces el testimonio y la labor de las iglesias en materia de asuntos internacionales y de orden mundial". El Obispo de Chichester (George Bell) fue invitado a desempeñar la presidencia de la nueva Comisión, pero estaba demasiado ocupado para aceptar el cargo y él mismo propuso, y así se convino, "que se pidiera a la Comisión Americana sobre una Paz Justa y Duradera que, en nombre del Comité Provisional, organizara para el verano de 1946 una conferencia internacional de dirigentes eclesiásticos sobre los problemas de la paz y de la guerra". Y una vez más fue John Foster Dulles quien presidió esa reunión, que tuvo lugar en Cambridge. Como secretarios actuaron Visser´t Hooft y Walter van Kirk, secretario también este último de la Comisión Americana. Visser´t Hooft hace notar en su autobiografía que "es interesante advertir que Dulles adoptó... una posición bastante distinta de la que luego fue la suya en años posteriores. Porque no sólo manifestó su creencia de que la tensión entre el Este y el Oeste podía reducirse, sino que además utilizó la siguiente frase sorprendente: ‘Ningún sistema político es incompatible con la Cristiandad’." Dulles, principalmente conocido en la actualidad como uno de los principales arquitectos de la ideología de la Guerra fría, modificó poco después su tono, como lo demuestra el famoso debate que, en la Primera Asamblea General del CMI, de 1948, mantuvo con el teólogo checo Josef Hromadka, y en el que condenó sin reservas el comunismo como antítesis de la cristiandad. (Sorprendentemente, la declaración de la Asamblea sobre la cuestión, menos tajante que la de Dulles, decía que "Las iglesias deben rechazar las ideologías tanto del comunismo como del laissez-faire capitalista y deben alejar a los hombres de la falsa idea de que esos extremismos son las únicas alternativas.")

Los Objetivos de la Comisión, pergeñados en Cambridge y más tarde concretados en una reunión que, con anterioridad a la Primera Asamblea, se celebró en Woudschoten (Países Bajos) en 1948, no han sufrido más que ligeras modificaciones desde aquel momento hasta ahora y son los que se reproducen en nuestro reglamento actual.

Poco después de la Conferencia de Cambridge, el Consejo Misionero Internacional manifestó su acuerdo y la Comisión fue oficialmente constituida bajo la presidencia de Kenneth Grubb, un laico de Gran Bretaña, y con el Dr. O. Frederick Nolde, teólogo luterano, como director. La decisión de establecer una comisión, en lugar de un departamento de asuntos internacionales del CMI no fue accidental. Se trataba, en efecto, de contar con un instrumento que sirviera a los miembros de los organismos constituyentes de "fuente de estímulo y de conocimiento en su enfoque de los problemas internacionales, como medio común de asesoramiento y de acción, y como órgano para la formulación del pensamiento cristiano sobre asuntos mundiales y para conseguir que ese pensamiento ejerza su influencia en tales asuntos". Al mismo tiempo se quería que la Comisión pudiera ocuparse de cuestiones políticas particularmente delicadas sin comprometer inmediatamente a sus organismos constituyentes. Y, aunque más tarde la CIAI se convirtiera de hecho en un departamento del CMI, siguió conservando esa libertad, que, aunque en un grado menor, siguen preservando el CMI y nuestros estatutos y que, aunque con menos frecuencia que al principio, ella sigue utilizando eficazmente.

Los primeros años
La sede de la CIAI se fijó en un primer momento en Nueva York, con una oficina en Londres, y después de 1952 también en Ginebra. Eso indica las limitaciones con que actuaban en aquellos momentos tanto la CIAI como el propio movimiento ecuménico. En ninguna de las grandes conferencias ecuménicas antes citadas entre los antecedentes más señalados de principios del siglo XX hubo más de un puñado de personas procedentes de países ajenos a la zona del Atlántico Norte. Tampoco eran muchos los representantes ortodoxos. Era aquella una época en la que muchas de las iglesias cristianas protestantes del mundo eran prolongación de misiones occidentales. Y eran ellas las que solían hablar en nombre de los cristianos de lo que más tarde se denominó el Tercer Mundo. Tampoco había muchas mujeres. Ni, dada la importancia de los movimientos estudiantiles cristianos de los primeros tiempos, pasaba de modesto el número de jóvenes representados.

Los documentos del Comité Provisional del CMI de 1946 apuntan ya la preocupación de que la CIAI se viera demasiado limitada en su alcance, advirtiendo que "Habría que examinar cuidadosamente la cuestión de la ubicación de la oficina principal de la Comisión... Su ubicación permanente debería dejarse por ahora para más adelante, con miras a establecerla lo más cerca posible de los centros internacionales de actividad política."

Richard Fagley, un teólogo estadounidense que fue nombrado en los comienzos secretario ejecutivo de la CIAI, ha puesto de relieve con notable franqueza la situación en el folleto que, con el título de "Los primeros veinte años", publicó en 1966: "Los recursos de que de modo inmediato se podía disponer para esa empresa estaban concentrados al final de la guerra en las iglesias de los países anglosajones, y sobre todo, en los Estados Unidos... La composición de la Conferencia de Cambridge, a la que asistieron unas 60 personas, parece actualmente extraña. Más de la mitad de los participantes eran de los países anglosajones (la tercera parte sólo de los Estados Unidos),y estadounidenses eran también el presidente de la conferencia, el presidente del comité de redacción y uno de los dos secretarios... No era difícil percibir los ecos del común 'ethos'de la cristiandad occidental... La composición y la orientación de la conferencia de Cambridge reflejaban así una situación y unas perspectivas que ejercieron una influencia general y persistente durante las dos primeras décadas de la CIAI. Diecinueve de los cuarenta primeros miembros de ésta eran de lengua inglesa, y el inglés siguió siendo la lingua franca de la Comisión. De lengua inglesa igualmente eran tres de los cuatro miembros de la Mesa, y lo fueron siete de los ocho miembros del personal durante los veinte primeros años."

Aunque esto dio evidentemente un tono especial a los trabajos y ejerció cierta influencia en las perspectivas políticas de toda la labor (y que se hicieron cada vez más visibles a medida que progresaba la guerra fría), esto no significó que la Comisión redujera su campo de acción o sus preocupaciones. Y pronto se establecieron relaciones consultivas con las Naciones Unidas y con algunos de sus principales organismos especializados, y la CIAI aprovechó la oportunidad para dar a conocer las perspectivas cada vez más globales del movimiento ecuménico al mismo tiempo que las organizaciones internacionales definían sus propias tareas.

De prioridad inmediata era la labor sobre los derechos humanos, y especialmente sobre la libertad de religión. Inmediatamente después, por orden de prioridad, iban las cuestiones políticas, militares y de desarme, que habían estado en el centro de los debates en la Primera Asamblea del CMI en Amsterdam, de 1948. En 1949 la CIAI celebró una consulta sobre "El conflicto ideológico y las tensiones internacionales que entraña", y en 1951 se hizo una declaración sobre "Los cristianos en defensa de la paz", declaración cuya intención era diferenciar el enfoque de la CIAI del de los organismos seculares al servicio de claros propósitos ideológicos.

También se prestó especial atención a determinados conflictos, tales como la controversia entre los Países Bajos e Indonesia de 1949. En 1950 estalló la Guerra de Corea, en relación con la cual el Comité Ejecutivo de la CIAI aconsejó al Comité Central (y ello fue causa de gran controversia) que apoyase la intervención de las Naciones Unidas, las cuales patrocinaron la acción militar de los Estados Unidos. En los meses siguientes la CIAI trató de hacer más moderada su actitud, participando activamente en los esfuerzos que se realizaban para mitigar el conflicto y formulando una propuesta para el establecimiento de una Comisión de Observación de la Paz. En 1956 se prestó también particular atención al Conflicto de Suez y a la invasión rusa de Hungría, casos ambos en los que la CIAI pidió que se respetara la Carta de las Naciones Unidas en lo relativo a la agresión contra un Estado soberano.

Durante los decenios de 1940 y 1950 la CIAI trabajó intensamente en favor de una prohibición de los ensayos nucleares y de una estrategia de control de la proliferación de armas nucleares mediante la cesación no sólo de los ensayos sino también de la producción de tales armas, y proclamó la necesidad de sistemas efectivos de alarma avanzada.

En 1951 la CIAI contrató en Ginebra como experto consultor en problemas de refugiados a Elfan Rees, ex capellán militar de Gales, al que en 1952 nombró representante de la Comisión en Europa. Gracias a sus esfuerzos se intensificaron las gestiones encaminadas a la obtención de recursos financieros adicionales para sufragar la labor de las Naciones Unidas en favor de los refugiados y mejorar las pautas internacionales para la protección de éstos. En 1949, la CIAI propuso a la Asamblea General de las Naciones Unidas que se procediera a una más amplia definición del problema de los refugiados, que no se limitara a los ya identificados en Europa. A este respecto se manifestó un interés particular por los refugiados palestinos, y la Comisión aconsejó al Comité Central del CMI que preparase un plan general de acción para que la comunidad internacional se ocupase tanto de los refugiados apátridas como de aquellos que, aun no siendo apátridas, no tuvieran hogar. Después de la creación de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en 1951, la CIAI colaboró estrechamente con el Departamento de Ayuda Intereclesiástica y con el Socorro Luterano Mundial con miras a ampliar sus servicios humanitarios. También se mantuvieron estrechas relaciones con el ACNUR y se hicieron esfuerzos para ampliar su mandato fuera de Europa y especialmente en Africa.

Por otra parte, se prestó especial atención a la descolonización y al progreso de los pueblos dependientes hacia la libre determinación y la independencia, si bien en este campo las gestiones fueron muchas veces tímidas y reservadas, reflejando la política de muchos de los países cuyas iglesias eran miembros del CMI. Tampoco olvidó la Comisión la cuestión del desarrollo económico y social, del que se trató en colaboración con la comisión pertinente de las Naciones Unidas, ni las cuestiones de población, y en 1965 se mantuvieron consultas oficiales y se desarrolló la cooperación con la UNCTAD, nuevo organismo creado por las Naciones Unidas en la esfera del comercio. Finalmente, la Comisión trabajó también en materia de derecho internacional e instituciones internacionales, y consideró la necesidad de desarrollar una ética internacional de respeto al imperio internacional de la ley.

El cambio de orientación del movimiento ecuménico
En el decenio de 1960 se produjo una transformación del movimiento ecuménico, por cuanto en aquella época la mayoría de las iglesias ortodoxas orientales y del Este europeo se convirtieron en miembros de pleno derecho del CMI, aportando a éste nuevas perspectivas y nuevas preocupaciones. Por otra parte, la accesión a la independencia de buen número de las antiguas colonias en Asia y Africa dió una nueva vitalidad a la voz de las iglesias del Tercer Mundo, muchas de las cuales ingresaron también como miembros en el CMI. Y la Conferencia de Iglesia y Sociedad, celebrada por el CMI en 1966, dio más resonancia a esas voces. Meses antes, en febrero de 1966, se había retirado Willem Visser´t Hooft, que había ocupado la Secretaría General del CMI en el período de formación de éste, y había sido sustituido por un eclesiástico estadounidense, el Dr. Eugene Carson Blake, que se había distinguido como dirigente ecuménico mundial y decidido defensor de la justicia social y racial en los primeros años del Movimiento pro Derechos Civiles en los Estados Unidos. Blake estaba decidido a hacer del CMI un órgano realmente representativo en el que tanto las iglesias ortodoxas como las del Tercer Mundo participaran en un plano de igualdad con las demás. A la luz de las conclusiones de la Conferencia de Iglesia y Sociedad de 1966, y en previsión de la Cuarta Asamblea del CMI en Uppsala, Carson convocó en 1968 una importante consulta cuya misión había ser la revisión de la CIAI y la introducción en ella de cambios que respondieran a las nuevas demandas del movimiento ecuménico y del mundo.

Al año siguiente invitó a un crítico participante en la conferencia de revisión celebrada en La Haya a suceder a Fred Nolde como Director de la CIAI. El Dr. Leopoldo J. Niilus, abogado argentino que desempeñaba entonces el cargo de Secretario General del Movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL), proyectaba, en efecto, cambios radicales. La sede de la CIAI se trasladó de Nueva York a Ginebra para aproximarla a lo que ya entonces se había convertido en un nuevo CMI. Y se formó una nueva Comisión, que estaba por primera vez equilibrada desde el punto de vista de la representación. Richard Fagley continuó en Nueva York como Secretario Ejecutivo encargado de las relaciones con la Sede de las Naciones Unidas, y Elfan Rees permaneció aún algunos años en Ginebra, pero, una vez retirados ambos, el personal de la CIAI cambió radicalmente, tanto desde el punto de vista generacional como en lo relativo a sus enfoques políticos y a su representatividad geográfica..

El programa de la CIAI no se modificó, pero su enfoque del programa volvió a ser radicalmente alterado. Y se procedió a un examen trienal de la política de derechos humanos que condujo a un distanciamiento de la corriente de influencia occidental más orientada hacia los derechos civiles y políticos, y a la adopción de un enfoque más general, con inclusión de los derechos sociales, económicos y culturales y un especial interés por los derechos de los pueblos. Esto impulsó una nueva conciencia entre las iglesias del papel central de los derechos humanos y dio origen a dos decenios de activa labor en apoyo de las iglesias que vivían bajo dictaduras militares en el Tercer Mundo.

Los resultados de la consulta de St. Pölten, sobre "Derechos humanos y responsabilidad de los cristianos" se convirtieron en una pieza central de la Quinta Asamblea General del CMI en Nairobi en 1975. También se adoptó un nuevo enfoque respecto de la actividad de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en la que la CIAI, unida a la HRROLA, apoyó la inclusión en el programa de las Naciones Unidas de las cuestiones de la tortura y del nuevo fenómeno de las desapariciones forzadas y de las ejecuciones extrajudiciales, y la formulación de nuevas normas en esas esferas. En colaboración con otras organizaciones internacionales no gubernamentales preocupadas por los derechos humanos se sometió asimismo a la consideración de la Comisión la cuestión de la pena de muerte. Y la CIAI participó en el desarrollo de nuevas normas sobre los derechos de "tercera generación", tales como el derecho al desarrollo y el derecho a la paz, y en la elaboración de la Declaración de las Naciones Unidas sobre la Intolerancia Religiosa. Algunas de las declaraciones formuladas por la CIAI sirvieron como documentos básicos en estos casos, y en algunos, tales como el de las referencias de las Naciones Unidas al militarismo y la militarización, nuestra labor de definición fue fundamental.

Estos trabajos se vieron facilitados por el hecho de que el Moderador de la CIAI durante parte de este período fuera el Dr.Theo van Boven, ex Director de la División de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y destacada personalidad en este terreno. También se creó un Grupo Consultivo de Derechos Humanos que recibió la tarea de orientar la labor de la CIAI en esta esfera y que sentó las bases para el desarrollo de una política general de la defensa de los derechos humanos en todo el mundo.

Los trabajos sobre el desarme siguieron estando centrados en el desarme nuclear, pero poniendo además en guardia a las iglesias contra la amenaza creciente que representaba el rentable negocio del comercio de armas y el proceso continuo de militarización de la política mundial. Durante los últimos años del decenio de 1970 y los primeros del siguiente la atención volvió a fijarse en las armas nucleares como consecuencia de su rápida proliferación y de la amenaza creciente de guerra nuclear. Entonces se celebraron importantes consultas sobre el desarme y la militarización. Y en ese mismo período la CIAI copatrocinó también en Amsterdam una consulta pública internacional sobre las armas nucleares y el desarme, consulta en la que se escucharon testimonios de asesores en seguridad nacional tanto de la URSS como de los Estados Unidos, así como de cierto número de expertos mundiales en armas nucleares. Esa labor ayudó a orientar la labor de la Sexta Asamblea del CMI en Vancouver (1983), que aprobó una memorable Declaración sobre la Paz con Justicia. Con esta oportunidad se puso de nuevo de relieve el apoyo que recibían estos temas y, en todo el mundo, los movimientos pacifistas y antinucleares de base eclesial se sintieron alentados por las posiciones adoptadas por el CMI y las hicieron fundamentalmente suyas.

Durante los críticos años de la Guerra Fría se prestó especial atención a las relaciones Este-Oeste, pero esa tendencia se vio equilibrada por la intensificación de las actividades en el Tercer Mundo. La CIAI desempeñó un papel fundamental en las negociaciones de un acuerdo de paz entre el Norte y el Sur del Sudán en 1972, y en los años ochenta abrió un diálogo público entre Corea del Norte y del Sur, reuniendo por primera vez en cuarenta años a cristianos de las dos partes para que directamente dialogaran con miras a la reunificación. También desempeñó la Comisión un activo papel en el conflicto del Oriente Medio, estableciendo relaciones con la Organización de Liberación de Palestina e insistiendo en una paz general negociada para toda la región. Y se prestó un apoyo activo a las iglesias de Asia y América Latina en su resistencia a las dictaduras militares, y a las iglesias de Africa comprometidas en las luchas por la independencia del régimen colonial y del yugo delapartheid en Sudáfrica.

En 1979, a mediados de este período, Ninan Koshy, un laico indio, sustituyó a Niilus como Director y en este cargo se mantuvo hasta 1991, año en el que el Consejo fue reestructurado y creó la Oficina de Recursos para los Derechos Humanos en América Latina. Charles Harper, el estadounidense de origen brasileño que había dirigido ese programa desde 1973, fue designado director interino. En 1993, Dwain Epps volvió a formar parte del personal como Coordinador de la CIAI.

Se inicia un nuevo período
Aunque la visión ha cambiado considerablemente a medida que la historia del mundo ha ido pasando por distintas fases y que el movimiento ecuménico se ha ido desarrollando y cambiando de dirección, sigue habiendo un alto grado de coherencia en el enfoque de los asuntos internacionales. Por eso es ésta una historia con un alto grado de continuidad. Las razones que motivaron la creación de la Comisión hace 54 años siguen siendo válidas. Como sigue siéndolo gran parte del pensamiento teológico en que se basaban. El compromiso no ha cambiado. Y la Comisión sigue esforzándose ferviente e inalterablemente por guiar a las iglesias en su testimonio en favor de la paz, de la justicia y de instituciones internacionales que respondan a la voluntad de los pueblos del mundo, y en su expresión de solidaridad mundial.

Pero, como hemos visto, en varios puntos de esta historia ha sido preciso introducir ajustes radicales de estilo y de enfoque. La "Nota sobre la Función Contemporánea de la Iglesia en los Asuntos Mundiales", que el Comité Central sometió al estudio y la consideración de las iglesias en 1996 (y que se reproduce como apéndice en el folleto El papel del Consejo Mundial de Iglesias en los Asuntos Internacionales señala algunas de las nuevas tendencias y problemas de hoy. Los cambios radicales experimentados en los asuntos mundiales desde 1991 han situado estos problemas en el epicentro de las preocupaciones y las actividades ecuménicas. Pero al mismo tiempo se ha ido reduciendo cada vez más el número de iglesias y de organismos ecuménicos nacionales y regionales que han estructurado adecuadamente sus departamentos de asuntos internacionales. Como resultado se ha producido una reducción de la reflexión teológica fundamental, de los análisis políticos y de la acción concreta sobre muchos problemas. Y es ésta una situación peligrosa en un momento en que la importancia de la religión como factor de las relaciones internacionales está en rápido aumento y en que cada día son más los ojos que se vuelven hacia las iglesias en busca de sólidas orientaciones éticas, morales y teológicas.

Las iglesias de todo el mundo dirigen, por su parte, cada vez más demandas al CMI para que las acompañe y las apoye en situaciones de tensiones entre la iglesia y el Estado, de conflictos étnicos, religiosos y de otra índole que se producen en la comunidad, y en sus esfuerzos por poner fin a las guerras. Tenemos que ser, pues, más activos, pero estamos mal equipados para responder a todas las demandas.

A lo largo de su historia, los miembros de la Comisión de las Iglesias para los Asuntos Internacionales han sido piezas esenciales del trabajo de ésta. En el pasado inmediato, la decisión de reducir las dimensiones de las entonces denominadas "juntas" a quince miembros que no pudieron reunirse más que tres veces en el curso de siete años redujo gravemente nuestra capacidad para comprometer mundialmente a las iglesias en un diálogo crítico sobre cuestiones esenciales. Y no obstante el trabajo ha continuado. Y, de hecho, el Comité Central, en el período comprendido entre las Asambleas de Canberra y de Harare ha consagrado probablemente más atención a los asuntos internacionales que en cualquier otro período de la historia del CMI.

A lo largo de su historia, los miembros de la Comisión de las Iglesias para los Asuntos Internacionales han sido piezas esenciales del trabajo de ésta. En el pasado inmediato, la decisión de reducir las dimensiones de las entonces denominadas "juntas" a quince miembros que no pudieron reunirse más que tres veces en el curso de siete años redujo gravemente nuestra capacidad para comprometer mundialmente a las iglesias en un diálogo crítico sobre cuestiones esenciales. Y no obstante el trabajo ha continuado. Y, de hecho, el Comité Central, en el período comprendido entre las Asambleas de Canberra y de Harare ha consagrado probablemente más atención a los asuntos internacionales que en cualquier otro período de la historia del CMI.

En análogas circunstancias, J.H. Oldham, el pionero ecuménico que presidió el Comité preparatorio de la Conferencia de Oxford, comentó que:

La labor preparatoria de la Conferencia de Oxford ha puesto de relieve la relativa escasez de los recursos de que actualmente puede disponer la Iglesia para ocuparse de cuestiones que se encuentran en las fronteras entre la doctrina y la vida, y cuya comprensión y solución exigen una combinación de visión teológica y de experiencia de las cuestiones prácticas. El valor principal de la Conferencia de Oxford quizá resida menos en el valor de las conclusiones a que llegó sobre las cuestiones que en ella se trataro que en el hecho de que hizo algo para hacer ver a la Iglesia la importancia y la urgencia de las mismas y trató de sentar las bases para su estudio continuado en los años por venir.

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