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La red Paz a la Ciudad surgió de una campaña del mismo nombre que comenzó en agosto de 1997 y culminó en diciembre de 1998. La red estuvo activa hasta 2002; sus miembros -iglesias, organizaciones pro paz y justicia, comunidades de fe y movimientos de la sociedad civil- continúan trabajando dentro del marco del Decenio para Superar la Violencia (2001-2010)

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El Programa para superar la violencia y la campaña Paz a la Ciudad: una invitación

de Konrad Raiser, Secretario General

El Consejo Mundial de Iglesias se forjó entre los dos frentes de las guerras mundiales que marcaron el siglo XX. En casi 50 años de existencia, el Movimiento Ecuménico ha participado activamente en los esfuerzos por evitar la guerra, así como en el ministerio para con las víctimas de los conflictos y la reconstrucción de las sociedades asoladas por la guerra.

Precisamente la experiencia de la guerra es lo que ha determinado la actitud de las sociedades y las iglesias frente al recurso a la violencia. Un aspecto importante de las dos guerras mundiales fue el uso científico de propaganda bélica por todos los bandos que enaltecía las batallas y a sus combatientes. Por otro lado, el nombre de Dios ha sido invocado una y otra vez como justificación espiritual de los esfuerzos bélicos. Sin embargo, para el Movimiento Ecuménico, la guerra, aun culminada en la victoria, no es nada que haya que celebrar. Las guerras no se consideran como actos de Dios sino como una manifestación del pecado humano. En 1948, la primera Asamblea del CMI reunida en Amsterdam dijo:

Como método para la solución de los conflictos, la guerra es incompatible con la enseñanza y el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo. El papel que desempeña la guerra en el actual contexto internacional es un pecado contra Dios y una degradación del ser humano.

Como muchos temían entonces, las guerras no sólo no cesaron sino que continuaron y se proliferaron, desplazándose de Europa al Tercer Mundo donde las grandes potencias de la Guerra Fría trataron de resolver sus diferencias y se cobraron un precio considerablemente mayor en vidas humanas que en las anteriores "guerras mundiales".

En ese sentido, nuestro siglo ha sido un siglo aciago. Qué duda cabe que la guerra y la violencia armada no son nada nuevo. Las guerras han marcado los relatos de los historiadores de los tiempos antiguos y de los tiempos modernos. Sin embargo, en nuestro siglo ha surgido un elemento nuevo en cuanto a la naturaleza de la guerra y la violencia. El uso de la violencia se ha arraigado en la cultura mundial. Una y otra generación han tenido que aprender a convivir con el espectro de la amenaza nuclear. Las calles de las principales ciudades del mundo se han convertido en verdaderos campos de batalla. La revolución de las comunicaciones ha hecho entrar en nuestros salones la guerra y otras formas de violencia, enturbiando la frontera entre lo que es horror y lo que es "entretenimiento". Los niños de muchas sociedades entran en contacto con el mundo de la tecnología por medio de juegos informáticos interactivos basados en la guerra y en la violencia física extrema.

El final del siglo XX está siendo testigo de una difusión de la "cultura de la violencia". La seguridad está desapareciendo rápidamente. Las llamas de la violencia están derrumbando los muros erigidos por los ricos para protegerse de los pobres. Millones de mujeres y niños víctimas de la violencia y del maltrato ni siquiera encuentran refugio en el hogar. Y por encima de las barreras políticas y sociales, lo que une a las personas no es ya la esperanza y aspiración comunes, sino el miedo y la experiencia de la violencia. Las víctimas de la violencia tienen sed de justicia y venganza.

En la Asamblea de Amsterdam del CMI, los cristianos procedentes de naciones enemigas durante la guerra adoptaron otro enfoque. En lugar de condenarse unos a otros, confesaron su complicidad y su responsabilidad colectiva por no haber condenado la guerra como una respuesta inaceptable al conflicto.

Ahora bien, los cristianos todavía no han sido capaces de decir no, con una sola voz, a la violencia armada, como expone un capítulo de este folleto. Todavía sigue sobre el tapete el debate entre los pacifistas absolutos y los partidarios de los principios de la "guerra justa". Sin embargo, aunque las diferencias doctrinales dimanantes de las diferentes historias nacionales y confesionales siguen dividiendo a las iglesias, muchos cristianos consideran que no pueden seguir de brazos cruzados frente a esta espiral mundial de la violencia, frente a la creciente resignación y desesperación. Para esos cristianos, ser iglesia hoy es transformar los conflictos que caracterizan las relaciones sociales humanas, mediante la no-violencia activa.

En respuesta a esas preocupaciones, el Comité Central del CMI, reunido en Johannesburgo en enero de 1994, creo un Programa para superar la violencia, con el propósito de poner en tela de juicio la cultura mundial de la violencia y transformarla y encaminarla hacia una cultura de la paz justa.

En este folleto se describe cómo a partir de unas pocas líneas en las páginas de las actas del Comité Central, este programa se ha convertido en lo que está probando ser una fuerza fundamental de resistencia a la idea de que la violencia es una dimensión inevitable de la condición humana.

Hace dos decenios, los cristianos y sus iglesias asumieron un papel primordial en la construcción de un movimiento popular que atrajo a millones de personas a las calles de las ciudades para denunciar el uso de las armas nucleares. Así fue como se formaron coaliciones de ciudadanos, que permitieron que las iglesias y sus miembros unieran sus esfuerzos en aras del fin de la carrera de armamentos nucleares, ofreciendo en contraposición una reflexión creativa para proponer alternativas a la "doctrina de la disuasión nuclear", y nuevos conceptos de la seguridad común. Ese movimiento suscitó nuevas esperanzas y voluntad de acción y puso en evidencia que cuando las personas se dan la mano y ponen en práctica su fe, es posible hacer que las cosas cambien .

Los primeros resultados de la campaña Paz a la Ciudad ponen en evidencia que está surgiendo un nuevo movimiento popular. Todavía no es un movimiento de las iglesias, aunque muchos cristianos han asumido en él un papel fundamental. Por nuestra parte, estamos convencidos de que el Consejo Mundial de Iglesias y la comunidad ecuménica más amplia puede y debe sustentar y promover ese movimiento.

Al ponerles al día sobre el Programa para Superar la Violencia, queremos invitar a los cristianos y a las iglesias a anudar lazos y establecer coaliciones y a emprender una nueva reflexión teológica para sentar las bases de una nueva cultura mundial de la paz y la justicia, y, por encima de todo, para actuar en la fe.

La campaña Paz a la Ciudad es también una forma en que los cristianos de todo el mundo pueden prepararse para participar en la Asamblea del Jubileo del Consejo Mundial de Iglesias de 1998. Para ustedes es también una forma de participar en un proceso de transformación social y de unirse a los esfuerzos por construir una cultura de la paz para el nuevo siglo.