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22 de agosto de 2000

El 20 de septiembre, Willem A. Visser ’t Hooft, primer Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), habría cumplido 100 años. John Garrett, director del departamento de Comunicación del CMI de 1954 a 1960, recuerda al gran ecumenista, al que sus colegas llamaban simplemente con el nombre de "Wim".

Recordando a Wim
Para John Garrett

Willem Adolf Visser ’t Hooft, primer Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias, nació el mes de septiembre, hace 100 años, en Haarlem, Países Bajos. Su sobrenombre era Wim, pronunciado "vim". Esta palabra en inglés quiere decir "energía, empuje" y era, realmente, una persona llena de empuje y de vigor. Recordamos su aspecto enjuto, su constitución fuerte, su estampa de autoridad incontestable, su mirada aguda en medio de duras facciones; su voz levemente gutural, su dominio de varios idiomas. Su inglés, su francés y su alemán fueron una impugnación del caos de Babel. Podría haber sido un jefe de Estado o un diplomático- sin suavidad, con firmeza. Aventajó a distinguidos profesores por su comprensión del mundo de las ideas. Defendió las conclusiones a las que llegaba con tenacidad. Algunos decían que tenía muy poca paciencia con las estupideces de la gente; en realidad no tenía paciencia con nadie. Era un hombre de Dios, de oración, con una vocación que lo dominaba: avanzar hacia la unidad de la Iglesia. Observaba con tristeza las divisiones de los cristianos. La oración de Cristo a sus seguidores "para que todos sean uno" guiaba su conducta. Mencionaba a menudo otra frase de Jesús: "El que conmigo no recoge, desparrama". Después de oírlo, no era posible esconderse en sectarios refugios de autosuficiencia. En la Asamblea inaugural del CMI en Amsterdam, en 1948, habló de "la anomalía de nuestra pluralidad". En una conferencia de la juventud en India, en 1952, afirmó: "Ustedes dicen que Cristo es la respuesta; yo digo que Cristo es la pregunta".

Su segundo modelo era John R. Mott, el extraordinario pionero laico estadounidense del ecumenismo. En 1926, tras terminar un estudio crítico de la teología del Evangelio Social de Walter Rauschenbach, en preparación de su tesis de doctorado en la Universidad de Leyden, fue a trabajar con John R. Mott, para ayudarlo a preparar la Conferencia de la Alianza Mundial de las ACJ en Helsinki, y ocuparse, en el marco de esa organización, de los estudiantes. El dinamismo de Mott y su sentido de la organización sirvieron de orientación para la vida de Visser ’t Hooft. La muerte de Mott, en 1955, lo afligió mucho; los unía la misma visión: el reino de Dios.

En 1932, Visser ’t Hooft fue nombrado secretario general de la Federación Universal de Movimientos Estudiantiles Cristianos, que tiene su sede en Ginebra -- su lugar de residencia desde entonces. En los años 30 y durante la Segunda Guerra Mundial participó en Europa en el movimiento de resistencia contra Hitler. Se encargó de la organización de la Conferencia Mundial de Juventud Cristiana que se celebró en 1939, en Amsterdam, cuando la resistencia a Hitler comenzaba a gestarse entre los delegados. Durante la Segunda Guerra Mundial muchos de ellos se encontraron en bandos opuestos. En todo este período de colaboración con la FUMEC, Visser ’t Hooft se mantuvo en contacto con sus amigos. Era un seguidor del teólogo reformado suizo Karl Barth, que había sido expulsado de Alemania cuando se negó a jurar fidelidad a Hitler. Visser ’t Hooft admiraba la teología de la crisis de Barth y leyó, a medida que se fueron publicando, los gruesos y numerosos volúmenes de su Dogmática. Con ocasión de la Primer Asamblea del CMI, en 1948, Barth pronunció una conferencia y ayudó en la redacción del mensaje. Sus estudiantes eran todos militantes de la resistencia, de dentro y fuera de Alemania. En la Ginebra neutral, Visser ’t Hooft fue un elemento clave de la resistencia europea. Utilizaba tácticas de espionaje, ocultando mensajes microfilmados en lápices de mina. Los militantes iban a verlo, protegidos por la neutralidad de Ginebra. Durante ese período traumático, el Consejo Mundial de Iglesias ya estaba en ciernes.

¿Mundial? Tarde o temprano, el mundo pasa por Ginebra. Para Visser ’t Hooft esa palabra Mundial, de Consejo Mundial, era muy importante. Había sido elegido por el comité de preparación del CMI para dirigir su proceso de formación, de 1938 a 1948. Ya era un ciudadano del mundo con contactos en todos los continentes. Aunque ordenado, nunca fue un pastor convencional. Podía ser un hombre mundano. Conocía muchísimos políticos, embajadores y funcionarios de Estado, de los cuales muchos habían sido amigos en el movimiento estudiantil. Cuando terminaba su trabajo en el Consejo Mundial al caer la tarde, con frecuencia iba a recepciones donde podía conversar con diplomáticos y jefes de Estado. Generalmente se preparaba para plantear una pregunta importante o pedir un favor; después regresaba a su casa, donde lo esperaba su mujer, holandesa como él y con gran capacidad intelectual, aunque a menudo enferma. Siempre que podía, hablaba en su idioma materno, como fue el caso cuando discutió teológicamente con la Iglesia Reformada Neerlandesa de Sudáfrica sobre la cuestión del apartheid.

Aunque tenía mucha picardía en su manera de ser, no siempre daba libre curso a su sentido del humor. Cuando un obispo de la Iglesia de Inglaterra que asistió a la Segunda Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias en Evanston, en 1954, se quejó en público, a modo de broma, de que el Consejo adolecía de "demasiada teología alemana, demasiado dinero estadounidense y demasiada burocracia holandesa", Visser ‘t Hooft afirmó: "me tuve que contener para no enviarle un telegrama que dijera: 'Se invita a la prelacía británica a que se una a la conspiración ecuménica.'"

Su red de contactos por todo el mundo sentó las bases de programas internacionales. Fomentó la ayuda intereclesiástica, la respuesta a un cambio rápido del Tercer Mundo, el servicio a los refugiados, la oposición al racismo y la cooperación de hombres y mujeres en la Iglesia y la sociedad. Consideraba que estas tareas comunes se derivaban de una creciente unidad. Y esto era a lo que él llamaba acción ecuménica.

Confiaba en sus asesoras y miembros mujeres del personal, de las cuales, Suzanne de Dietrich, encargada de estudio bíblico en el Instituto Ecuménico de Bossey y, Madeleine Barot quien, en la Francia ocupada, fue fundadora de la CIMADE, una iniciativa ecuménica para ayudar a las víctimas de la guerra. Dorothy Mackie, esposa del secretario general adjunto de Visser ‘t Hooft, un escocés con grandes dotes de pastor, que, tras haber trabajado con él en la FUMEC, lo había seguido en el CMI, dio el siguiente consejo a una mujer que tenía dificultades en su relación con Visser ‘t Hooft debido a su intransigencia: "Tienes que hacer frente a Wim, a él le gusta que sus colaboradoras sean fuertes."

Inspirado en parte por la apertura que manifestó Mott hacia la Ortodoxia, dio valor durante mucho tiempo a la importancia que atribuían los ortodoxos griegos a la koinonía, que se ha traducido por "comunidad" en la definición del CMI. Intervino en numerosas ocasiones para proteger los derechos del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, en Turquía. Durante la Guerra Fría y más tarde, Visser ‘t Hooft recibió muchas críticas por ser solidario con las Iglesias ortodoxas, sobre todo, con el Patriarcado de Moscú de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Los exiliados ortodoxos rusos en París eran sus amigos.

En sus relaciones con las iglesias de los países comunistas era muy realista. Sabía que las iglesias eran, en esencia, islotes de fe en medio de un vasto mar amenazador. En sus visitas, aconsejaba a los colegas que lo acompañaba que tuvieran cuidado ante la posible presencia de funcionarios infiltrados en el personal administrativo de las iglesias; los llamaba "niñeras".

Cuando, en 1960, el Papa Juan XXIII anunció la creación de un "concilio de la unidad" con objeto de llegar a los "hermanos separados", al principio Visser ‘t Hooft pensó que se estaba reiterando la invitación a "volver a la iglesia madre". Anteriormente, la Iglesia Católica se había negado a cooperar con el CMI. Con el tiempo, Visser ‘t Hooftse dio cuenta de que el Concilio Vaticano II se proponía lograr una renovación radical y la aceptación del ecumenismo. No tenía por qué haberse alarmado excesivamente. En los años 50, antes de que se convocara el Concilio Vaticano II, Hans Harms, miembro del personal de "Fe y Constitución" del CMI en Ginebra, había visitado con regularidad a su compatriota alemán, el Cardenal Agustin Bea, confesor del Papa Pío XII, en Roma. Harms le proporcionó información confidencial sobre cambios que se gestaban en la Curia papal. Con el tiempo, Visser ‘t Hooft reaccionó. Realizó consultas, en holandés, con el encargado de la Secretaría de la Unidad del Vaticano, Cardenal Jan Willebrands, que también era holandés y necesitaba su asesoramiento cuando se invitaba a otras iglesias a asistir a las reuniones del Concilio. Dos papas, Pablo VI y Juan Pablo II, visitaron el Centro Ecuménico tras haberse jubilado Visser ‘t Hooft en 1966.

Tras su jubilación, se le ofreció una oficina en el Centro Ecuménico, donde pudo escribir sus memorias. Los miembros del personal se agrupaban en torno a él durante las pausas y bebían sus palabras. Era ya una leyenda: un gurú. ¿Habrá prolongado demasiado tiempo su permanencia en el Consejo? ¿Habrá eclipsado el brillo de sus sucesores? Un periodista que lo escuchó reiterar su pregunta acerca de si realmente continuaba avanzando el Movimiento Ecuménico, comentó: "quizás piensa que está aminorando su ritmo":

Cuando cumplió 80 años, le escribí para felicitarlo y recordé las palabras de John R. Mott: "Aún nos queda por delante lo mejor". El me respondió diciendo: "Mott tenía razón. pero" añadió "para mí sobre todo en el piso de arriba". Murió en 1985. Y nosotros seguimos admirándolo. En el año 2000, continuamos sintiendo constantemente su presencia.

El homenaje que Mott solía brindar a algunos de sus colaboradores era: "¿Qué es lo que no le debemos?" De hecho...

El CMI conmemorará el nacimiento de Visser ’t Hooft en un acto que se celebrará el 28 de septiembre durante la reunión del Comité Ejecutivo del CMI. Otros actos de conmemoración se anunciarán en un próximo comunicado de prensa. Pulsen aquí para leer Willem A. Visser 't Hooft: 1900 - 1985.

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El Consejo Mundial de Iglesias (CMI) es una comunidad de 337 iglesias, procedentes de más de 100 países de todos los continentes y de la mayor parte de las tradiciones cristianas. La Iglesia Católica Romana no es una iglesia miembro pero mantiene relaciones de cooperación con el CMI. El órgano rector supremo es la Asamblea, que se reúne aproximadamente cada siete años. El CMI se constituyó oficialmente en 1948 en Amsterdam (Países Bajos). Al frente del personal del CMI está su Secretario General, Konrad Raiser, de la Iglesia Evangélica de Alemania.