consejo mundial de iglesias

Declaración con ocasión del Cincuentenario de la Adopción
de la Declaración Universal de Derechos Humanos



Preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos
adoptada por la Tercera Asamblea General de las Naciones Unidas,
París 10 de diciembre de 1948

Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana,

Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad; y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en el que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias,

Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión,

Considerando también esencial promover el desarrollo de relaciones amistosas entre las naciones,

Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres; y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad,

Considerando que los Estados Miembros se han comprometido a asegurar, en cooperación con la Organización de las Naciones Unidas, el respeto universal y efectivo a los derechos y libertades fundamentales del hombre, y

Considerando que una concepción común de estos derechos y libertades es de la mayor importancia para el pleno cumplimiento de dicho compromiso,

La Asamblea General

Proclama la presente Declaración Universal de Derechos Humanos como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción.



DECLARACIÓN DE LA OCTAVA ASAMBLEA
DEL CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS
EN EL CINCUENTENARIO DE LA
ADOPCIÓN DE LA DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS

La Primera Asamblea del CMI, celebrada en Amsterdam hace 50 años, puso grandes esperanzas en la Declaración Universal de Derechos Humanos, que entonces examinaba la Organización de las Naciones Unidas. Nosotros, representantes de iglesias de unos 120 países, reunidos aquí en Harare el 10 de diciembre de 1998 en la Octava Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias, al releer las palabras del Preámbulo consideramos que son tan pertinentes hoy como lo eran cuando fueron adoptadas y nos interpelan de la misma manera.

Recordamos con gratitud a aquellos que, en la Conferencia de San Francisco en 1945, abogaron, en nombre de la comunidad ecuménica, por la inclusión en la Carta de las Naciones Unidas de disposiciones relativas a los derechos humanos, incluida la creación de una comisión especial de derechos humanos y libertades fundamentales encargada de elaborar y aplicar garantías para el respeto de la libertad religiosa y otros derechos.

Manifestamos nuestra gratitud a aquellos cuya fe y visión contribuyeron a forjar y hacer adoptar este ideal común que todos los pueblos y todas las naciones deberían alcanzar. Recordamos a todos aquellos que a través del mundo han dedicado su vida a promover esos derechos, para que progresivamente se subordine la fuerza al imperio internacional de la ley.

Oímos el clamor de las víctimas de violaciones de los derechos humanos y sentimos su rabia, sus frustraciones, su angustia, su soledad, su desesperación y su dolor. Recordamos, en particular, a los cristianos y los creyentes de otras religiones y creencias de todo el mundo que han sufrido persecución y martirio en defensa de los derechos humanos.

Reconocemos que en algunos idiomas el uso de una terminología masculina en el texto original de la Declaración pueda parecer una exclusión de las mujeres. Sin embargo, las mujeres, igual que los hombres, encuentran hoy en la Declaración un fundamento para sus esperanzas y aspiraciones. La adopción de esta Declaración Universal es una de las realizaciones de la humanidad que marcan un hito en su historia.

La mayoría de los gobiernos ya se han comprometido a respetar sus disposiciones, pero reconocemos con dolor que estos principios no son todavía observados universalmente y que ningún país los respeta plenamente. A consecuencia de la pobreza, la ignorancia, la explotación y la represión, innumerables mujeres y hombres siguen desconociendo que poseen tales derechos inalienables. Aún más numerosos son quienes no pueden ejercerlos.

Como cristianos creemos que Dios creó a cada persona con un valor infinito y la dotó de dignidad y derechos iguales. Sin embargo, confesamos que a menudo no hemos respetado esa igualdad, incluso entre nosotros. No siempre nos hemos alzado valientemente en defensa de aquellos cuyos derechos y cuya dignidad humana son amenazados o conculcados por la discriminación, la intolerancia, los prejuicios y el odio. Es verdad que los cristianos hemos sido a veces agentes de esas injusticias.

El Consejo Mundial de Iglesias ha afirmado que los derechos humanos, incluido el derecho a la libertad religiosa, no han de ser reivindicados como privilegio exclusivo por ninguna religión, nación o grupo, sino que el disfrute de esos derechos es esencial para poder servir a toda la humanidad. Ahora bien, somos conscientes de que los derechos humanos universales han sido repetidamente violados u objeto de abusos en provecho de determinados intereses religiosos, ideológicos, nacionales, étnicos y raciales.

En esta Asamblea jubilar del Consejo Mundial de Iglesias, cuyo tema es "Buscad a Dios con la alegría de la esperanza", seguimos persiguiendo el objetivo de la unidad de la Iglesia y de toda la humanidad.

Miramos adelante con esperanza y reafirmamos nuestra fe en que Dios seguirá guiándonos y dándonos fuerza para afrontar las potentes fuerzas de división, deshumanización y exclusión social que hoy nos acosan.

Con este espíritu, reafirmamos nuestra adhesión a los principios de la Declaración Universal de Derechos Humanos y nuestra voluntad de promoverlos y defenderlos teniendo en cuenta:

los valores y las percepciones en materia de derechos y dignidad humanos derivados del rico patrimonio de las religiones, las culturas y las tradiciones de los pueblos;

los derechos de los pueblos, las naciones, las comunidades y sus culturas, así como los derechos de cada una de las personas que los integran;

la indivisibilidad de los derechos humanos, incluidos los derechos sociales, económicos y culturales, los derechos civiles y políticos, y los derechos a la paz, al desarrollo y a la integridad de la Creación;

el derecho de cada persona y cada comunidad, pertenezca a una mayoría o a una minoría, a participar plenamente en las decisiones sobre su futuro común;

la igualdad de derechos de jóvenes y viejos, de niños y adultos, de mujeres y hombres y de todas las personas independientemente de su origen o condición.

Nos comprometemos a perseguir este objetivo de manera que no contribuya a la división sino a la unión de la comunidad humana, y para ello a:
alentar y apoyar los esfuerzos de las Naciones Unidas;

instar a nuestros gobiernos a que ratifiquen y respeten los instrumentos internacionales y regionales para la promoción y la protección de los derechos humanos, a que velen por su cumplimiento en sus propios países y en el mundo entero, y a que respalden ese compromiso con recursos humanos y financieros;

procurar la cooperación con personas de otras religiones y creencias;

asociarnos con otros grupos y organizaciones de la sociedad civil y con los gobiernos y las autoridades políticas que compartan estos objetivos.

Así lo hacemos en beneficio de la generación presente, que necesita desesperadamente que se respeten universalmente y se ejerzan sin restricciones todos los derechos humanos. Asumimos estos compromisos especialmente en favor de los niños y los jóvenes de hoy, para que puedan abrigar esperanzas y reivindicar la promesa del futuro. Lo hacemos así para que el mundo, donde somos, entre otros, los administradores de la creación de Dios, pase a manos de las generaciones futuras sustentado en los firmes cimientos de la libertad, la justicia y la paz.


Declaraciones Públicas - Indice
Octava Asamblea y 50 Aniversario
derechos del autor 1998 Consejo Mundial de Iglesias. Para comentarios: webeditor