octava asamblea y 50 aniversario
Juntos en el camino
1.11. Reflexiones personales

A la asamblea de Harare le costó definir su rumbo debido, quizás, al programa tan cargado de actividades, a la diversidad de temas y cuestiones que debían tratarse, a la dispersión que durante algunos días originó la participación en el padare, y a la tensión que provocó el hecho de tener que definir un nuevo carácter para el diálogo ecuménico, más amplio, más participativo, menos estructurado y, por lo tanto, con resultados menos previsibles.

No obstante, el debate se dió sin apuro y con buenas intervenciones de los delegados en las sesiones plenarias, en las reuniones de información y debate, en los foros y en los padares. En muchos de estos últimos se creó una relación coloquial entre presentadores y público que enriquecieron mucho las posibilidades de entendimiento mutuo. Particularmente, fue interesante como ante la controversia creada por los planteos de las iglesias ortodoxas, los padares que tuvieron que ver con temas de unidad y diálogo fueron los más concurridos. Hasta los propios representantes ortodoxos se alegraron porque sintieron que de esta manera sus perspectivas tenían buenas posibilidades de ser compartidas y discutidas en un ámbito menos impersonal que las enormes sesiones plenarias. Los foros sobre temas de actualidad, como globalización, derechos humanos, deuda externa y discriminación racial influyeron, por la envergadura de sus resultados, en las declaraciones públicas y en las resoluciones programáticas finales de la asamblea. También tuvieron buena asistencia los padares relacionados con el tema de la sexualidad humana. En un primer momento, los organizadores de la asamblea temieron que esta temática, sobre todo la cuestión homosexual, iba a agregar tensiones a la relación con los ortodoxos. Pero las discusiones sobre este tema en los padares no generaron ningún tipo de enfrentamientos, sino que por el contrario, dieron lugar a un diálogo sereno sobre esta cuestión. Al llegar el tema al plenario, por recomendación del Comité de Orientación Programática, algunos delegados ortodoxos quisieron quitarlo. Pero finalmente quedó enunciado en relación al estudio sobre eclesiología y ética que viene desarrollando el CMI desde la asamblea de Canberra.

El festejo del Jubileo del CMI le otorgó un marco especial a la asamblea y la visita del presidente Nelson Mandela no hizo más que destacar la necesidad de que este organismo y las iglesias que lo integran continúen trabajando en su línea de compromiso con los más pobres y oprimidos, y en favor de la solidaridad y la democracia participativa, donde los pueblos puedan ser artífices de sus destinos. También hizo ver el valor de programas como el Programa de Lucha contra el Racismo, que tanta controversia provocó en el momento de su creación y por su ayuda a los movimientos de liberación en el sur de Africa, pero que al cabo de 30 años recoge los frutos de haber sido consecuente con el compromiso evangélico de optar por los que más sufren y por la libertad de los pueblos

Para las iglesias latinoamericanas, las resoluciones de la asamblea reflejaron muchas de las políticas de trabajo y de los compromisos que ya tienen vigencia en el movimiento ecuménico regional. En Harare, la delegación latinoamericana, integrada por unas 50 personas, envió una carta abierta a la asamblea. En ella instó al CMI a no abandonar su carisma profético ni su ministerio en favor de la búsqueda de "justicia para los pobres del planeta". Las declaraciones sobre derechos humanos, sobre las consecuencias de la globalización y las políticas de ajuste estructural y los pedidos a cancelar la deuda externa de los países más pobres renovaron la comprometida posición del CMI en estos temas. También las resoluciones programáticas alentaron la tarea de diálogo que las iglesias ecumémicas latinoamericanas ya desarrollan en la región con las iglesias pentecostales, las iglesias evangélicas libres y la Iglesia Católica Romana. Resulta especialmente significativa la creación del Grupo Mixto de Trabajo con las iglesias pentecostales, debido a la fuerte presencia y crecimiento de estas iglesias en América Latina y la necesidad de ampliar los vínculos ecuménicos en la región.

Un latinoamericano, el obispo emérito Federico J. Pagura, de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, tuvo el honor de ser elegido como uno de los ocho presidentes del Consejo Mundial de Iglesias. El obispo Pagura recibió el apoyo de toda la delegación de la región, que tuvo en cuenta su extensa trayectoria ecuménica y sus acciones por la vigencia de los derechos humanos y por la paz en el continente, que se destacaron especialmente durante el período en el que el obispo Pagura ejerció la presidencia del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), de 1978 a 1995.

¿Que desafíos depara la práctica ecuménica en los próximos años? La convocatoria lanzada por la asamblea de Harare es amplia y generosa. Demostró que más allá de las dificultades institucionales, el movimiento ecuménico está vivo y tiene fuerzas para seguir avanzando. Las resoluciones de la asamblea instan a caminar juntos hacia una unidad visible, abriendo nuevos espacios para el diálogo ecuménico. Las nuevas comisiones y grupos de diálogo, junto con el Foro de Iglesias Cristianas que será convocado en el año 2001, podrán constituirse en referentes significativos para el logro del testimonio unido de todos los cristianos. La construcción de estos nuevos espacios de diálogo deberá, seguramente, dar lugar al análisis y la reflexión que llegan desde "abajo", desde la visión del mundo de los oprimidos y los excluídos, con alternativas que surgen de las prácticas comunitarias y que nos desafían a vivir la unidad a partir de la riqueza de nuestras diversidades.

Seguramente el Decenio para Superar la Violencia (2000-2010) convocada por la asamblea abrirá una instancia de trabajo importante.También es un llamado al compromiso ecuménico el trabajo en los foros internacionales por la cancelación de la deuda externa. En la campaña "Paz en la Ciudad", del Programa para Superar la Violencia del CMI, se pudieron ver claramente los vínculos que existen entre el creciente empobrecimiento de la población y el aumento de la violencia urbana, por ejemplo. El trabajo por la paz está estrechamente ligado al trabajo por la justicia, tanto en las relaciones sociales como en las políticas y económicas.

En el culto de apertura de la asamblea, la predicadora llamó a "globalizar la solidaridad", que no es otra cosa que mantener una esperanza activa y transformadora que alienta acciones a la manera de Jesús, en las que las iglesias trabajan, junto a otros grupos de la población, con tal compromiso evangélico que "donde dice cautiverio escriben libertad. Donde dice prejuicio y marginación, abren las puertas y los corazones. Donde se impone la escasez, juntan y comparten lo que tienen y desafían la mala distribución de los bienes. Donde hay exigencias por pagarés impagables de la deuda externa, explotación y opresión, escriben jubileo y justicia. Donde dice desesperanza, escriben esperanza a través de proyectos y alternativas. Parece ser como en los tiempos de Jesús, que cuando alguno pensaba que el fin estaba cerca, todo estaba apenas comenzando, porque Dios en su infinito amor no abandona a la humanidad, sino que sigue escuchando el gemido de los pueblos y acompañándolos en su caminar." La fe en este infinito amor alimenta la alegría de la esperanza. Las iglesias miembros del CMI mantendrán viva su participación en el movimiento ecuménico si logran hacer realidad, tal como afirman en el mensaje de la asamblea, que el llamado a la unidad no se separe de la "inmensidad de la misión" a la cual han sido convocadas por Dios en el servicio de su Reino.


2. El Tema Central de la Asamblea

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