consejo mundial de iglesias

Juntos en el camino
Informe oficial de la Octava Asamblea

6. El Contexto Africano

6.1. INTRODUCCIÓN

El plenario dedicado a considerar la situación en el continente africano, tal como se señala en la introducción, fue sumamente significativo no sólo debido al carácter de los temas allí presentados, sino también por la necesidad de conocer y de dar a conocer el testimonio esperanzador de los cristianos y de las iglesias en situaciones de crisis, de guerra y de profundas necesidades económicas, sociales y espirituales.

La dramatización "Un viaje de esperanza", de Wahome Mutahi, supo sintetizar en tres personajes el pasaje de un pasado colonial a las luchas por la liberación y la búsqueda de esperanza en un futuro que se presenta incierto y complicado. La afirmación de los valores de la dignidad humana en África por sobre todo otro interés fue central en esta presentación que recogió el aplauso del plenario.

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África: La Huella de Dios, Barney Pityana

Una Mirada Introspectiva, Mercy Amba Oduyoye

Discurso de Nelson Mandela


Barney Pityana, quien fue funcionario del CMI en la década del 80, se refirió a "África: la huella de Dios" señalando que prefería tomar un punto medio entre los que brindan una visión fatalista del continente y los que, por el contrario, glorifican su pasado. En este punto medio, Pityana señaló que utilizaba a la fe "como instrumento para interpretar el corazón y el alma de África". En su alocución se refirió a la pobreza, a la democracia, los derechos humanos y la buena gestión de los asuntos públicos, para finalizar con un llamado a la regeneración moral del continente y de sus pueblos.

Mercy Oduyoye presentó su ponencia a la manera de una carta a sus antepasados. En ella realiza un análisis de la situación por la que atraviesa el continente al tiempo que da respuestas esperanzadoras a numerosas dudas y críticas al testimonio cristiano en la región. Ante esto señala la necesidad de "forjar un cristianismo que no anule nuestra africanidad, sino que contribuya a su enriquecimiento mundial". El desarrollo de esta idea es central en su ponencia.

El plenario sobre África incluyó un momento emotivo con la lectura de un "Compromiso para avanzar juntos por el camino de la esperanza", en la que participaron especialmente los delegados de las iglesias africanas. Interrumpida cada tanto por el redoble de tambores, esta afirmación enfatizó el reclamo de los pueblos africanos por su dignidad y su deseo de dejar definitivamente atrás los años de opresión, esclavitud y temor.

La presencia del presidente sudafricano Nelson Mandela marcó un momento muy especial en la Octava Asamblea del CMI. Mandela reconoció la importancia de celebrar este 50 aniversario por los logros obtenidos por el CMI "para activar la conciencia del mundo hacia la paz y en nombre de los pobres, los excluídos y los desposeídos". En este reconocimiento se refirió claramente al Programa de Lucha contra el Racismo, creado en 1968, al apoyo en la lucha por el desarrollo y la consolidación de la democracia, y a los continuos esfuerzos solidarios por la dignidad de los pueblos. Mandela también manifestó que al acercarse al fin de su vida como político, consideraba que era un privilegio poder compartir sus sueños y su pensamiento con la asamblea. Una multitud de alrededor de 3500 personas aclamó a este líder político, quien no dejó de mostrar su simpatía y buen humor durante el acto.

6.2 ÁFRICA: LA HUELLA DE DIOS
N. Barney Pityana

Recientemente se descubrieron en Langebaan, en la costa occidental de SudÁfrica, huellas de pisadas. Los paleontólogos estiman que esas huellas deben de tener aproximadamente 117.000 años y pertenecen a un antepasado de los seres humanos de nuestros tiempos. Figuran entre los rastros más antiguos descubiertos hasta ahora del ser humano en su anatomía actual, y confirman lo que están descubriendo arqueólogos e historiadores de la prehistoria, a saber, que África es la cuna de la humanidad y el lugar de nacimiento de los hombres y las mujeres de nuestros tiempos.

En conexión con este importante descubrimiento acerca de los tiempos antiguos o incluso prehistóricos realizado recientemente, está el encuentro de los visitantes europeos de nuestros tiempos, más tarde colonizadores, con África. En el siglo XV, navegantes europeos echaron por primera vez el ancla en la costa africana y se encontraron con su población autóctona. Lo que más les sorprendió fue que esas personas no tenían religión. Lo dedujeron porque no había ningún signo de religiosidad: no había templos ni construcciones sagradas ni ningún lugar visible que se considerase santo, ni momentos dedicados a la oración, ni posturas ni gestos que mostraran el reconocimiento de lo divino. Las personas cantaban y bailaban y batían sus tambores con sensual exhibicionismo.

Por consiguiente, el reciente descubrimiento en África parece demostrar que los primitivos seres humanos no adoraban a divinidad alguna sino a la quintaesencia misma del propio ser humano, esto es: sus huellas. Esos hombres y mujeres dejaron su impronta sobre el medio ambiente. Anduvieron de un lado para otro en busca de alimentos, para imponerse al medio natural en que vivían y para establecer relaciones. La humanidad camina. La cultura y el modo de vida de los pueblos primitivos no se descubre a través de sus objetos o construcciones religiosas sino a través de la actividad del ser humano. Entre la gravilla del Cabo occidental se han encontrado fósiles de animales, plantas y vida marina, e instrumentos de piedra de hace por lo menos un millón de años, de los que los seres humanos se servían para vivir. La Cueva Peer, en Fish Hoek, prueba que la vida humana se remonta hasta aproximadamente 500.000 años. El Hombre de Fish Koek, descubierto en 1927, entre nueve esqueletos humanos, tenía unos 12.000 años. Todo esto me hace pensar que el pueblo de África caminaba con Dios y Dios con él. La forma de la huella del pie se parece al aspecto geográfico de África. No puede haber más huella y testimonio de Dios que su presencia en armonía con la actividad de los humanos. El Dios de África coexiste y camina con el pueblo de África. Dios sólo existe con la persona humana. Ese Dios es débil y vulnerable porque no hemos conocido otro Dios. Es el Dios que comparte nuestra condición humana, porque Dios no tiene más existencia que la nuestra. Sólo hemos conocido a Dios en las personas de nuestra experiencia diaria. No hay templos, no hay arquitectura de piedra, no hay lugares sagrados, no hay vestimentas sagradas ni momentos sagrados. Toda la actividad del ser humano, su propia esencia, no era otra cosa que la devoción a la deidad que es el creador. Por consiguiente, para comprender al pueblo de África es necesario cambiar de paradigma en cuanto a Dios y la vida religiosa. África es la huella de Dios.

Al hablar de África hay que evitar la tentación de las posiciones extremas: el desaliento y la visión fatalista de un continente en continua crisis, un pueblo que ha sido objeto de explotación durante los tiempos modernos, en donde prevalecen la corrupción y las guerras, y en donde la población es víctima de todas las enfermedades imaginables. Un mundo en el que no existen ni la ciencia ni el saber. Zephania Kameeta nos brinda el ejemplo más dramático de esta visión de África en las palabras de Keith Richburg, un periodista afroamericano que ha trabajado en los lugares más conflictivos del continente africano:

Háblenme ustedes de África y de mis raíces negras y de mi parentesco con mis hermanos africanos y se lo devolveré a ustedes a la cara y luego les refregaré por las narices las imágenes de la carne en descomposición... Pero sobre todo pensaré: gracias a Dios que mis antepasados se marcharon, porque ya no soy uno de ellos.
En el otro extremo está el famoso erudito afroamericano Manning Marable que, en sus estudios sobre la civilización antigua de África, se centra en lo que África ha aportado a la civilización moderna. África es la cuna de la humanidad, la fuente del saber, la ciencia y la cultura, de los grandes africanos que configuraron la historia del conocimiento y de la civilización. En una sorprendente exposición de la historia desde una perspectiva africana en la que África es el sujeto y no el objeto y en donde los instrumentos de interpretación están en manos del africano mismo como intérprete de su propia historia, el narrador de su propia vida. El problema está en que no tiene en cuenta el hecho de que África ya no es visible, se ha ahogado en la miseria, el sufrimiento y la explotación de que es víctima actualmente gran parte de su población. La colonización le ha robado el alma a África. El otro problema está en que uno se siente inclinado a culpar de la suerte de África a todos los demás, excepto a los mismos africanos. África no tiene que asumir la responsabilidad de su situación, su política, su economía y su cultura. Hay fuerzas que intervienen, el deus ex machina que exhala los vapores de su poder demoníaco sobre la población de un continente desventurado. Esta es la teoría de la victimización, que debemos evitar.

Lo que yo propongo es un punto medio entre los dos extremos: no dejarse llevar por el desaliento y la actitud cínica de los detractores ni por la glorificación del pasado, tal como lo ven sus admiradores. Yo utilizo la fe como instrumento para interpretar el corazón y el alma de África. Por la forma de las huellas creo que el pueblo de África ha caminado y trabajado con Dios durante siglos. El pueblo de África es un pueblo de fe, y en la fe se ha sustentado, pues forma parte de su vida ordinaria, de su vivir cotidiano. Es su fe la que dice que Dios mora entre ellos. Dios camina con ellos y sufre con ellos. La explicación no está en Dios pues el pueblo es el resultado de su medio ambiente y su circunstancia. Es interesante observar que el pueblo africano no culpa nunca a Dios de su sufrimiento. La teodicea no es la filosofía de nuestra religión. Todo efecto tiene una causa, y la búsqueda de significación y de explicación hace que se recurra a los adivinos, porque ellos pueden ver más allá del mundo elemental. El mal no es fortuito: a menudo es causado por los seres humanos y, en última instancia, por las fuerzas del mal, que actúan más allá del entendimiento humano. Los seres humanos tienen el poder de hacer el bien y el mal.

Los africanos caminaron con Dios y Dios plantó su tabernáculo entre ellos. Dios se encarnó y ellos vivieron sustentados por la fe y en la fe. Su cosmología vinculaba el pasado, el presente y el futuro a través de los antepasados. El espíritu de los antepasados estaba siempre presente, mediando e interviniendo en la suerte de todos. Esta visión de la vida suponía que el pueblo africano era un pueblo tolerante. Es cierto que tuvieron guerras, y héroes y heroínas. Es cierto que los grupos dominantes oprimían a los menos poderosos. Esta era la ley de la naturaleza. Pero quienes vivían bajo su protección eran aceptados, y los extranjeros tenían siempre asegurada la hospitalidad. Esto explica por qué el pueblo de África fue colonizado. Aceptaba y acogía bien a los extranjeros y se dejaba dominar por las fuerzas que no comprendían su modo de vivir. Las religiones del mundo encontraron un hogar en África. Ninguna cultura era totalmente ajena. Llegaba a ser parte del conjunto y podía expresarse en la cultura del continente. Por eso tenemos hoy en África una mezcla de culturas y religiones. El pueblo africano caminó con Dios en la fe.

Pero esta fe está en crisis y puede incluso ser la causa de la crisis que vive el continente. El pueblo africano no es mejor ni peor que cualquier otro pueblo del mundo. Busca sistemas de vida mejores para ellos y para sus hijos. Sueña con la libertad, con mejores oportunidades de vida y con medios que le permitan ampliar sus posibilidades. Ha visto implantarse y desaparecer gobiernos y sistemas. Fue tratado despóticamente por hombres poderosos y, cuando a éstos les llegó la hora, los vio derrumbarse. Hay un ciclo de vida que es tan previsible como inevitable. Por ello la fe de África ha estado siempre vinculada a la humanidad. La gente siempre ha ejercido su influencia en los acontecimientos. La fe está en crisis porque se ha debilitado y traicionado la confianza en las personas. Dios parece haber abandonado al pueblo de África. El Dios que infundió esperanza en medio de la tragedia y que apoyó el futuro no está ya entre ellos. Se ha abandonado al pueblo a las despiadadas fuerzas devastadoras. Al igual que los israelitas, hemos tratado de ser como otras naciones, olvidando que Dios está en medio de nosotros y camina con nosotros. Hemos levantado muros de división y hostilidad entre nosotros; hemos constituido ejércitos y malgastado fondos en armas de destrucción. Hemos vuelto nuestras armas contra nuestro propio pueblo y nos hemos destruido unos a otros en guerras fratricidas. Las riquezas de nuestros países se han negociado en los mercados mundiales sin tener en cuenta las necesidades de nuestras gentes. Nuestros dirigentes nos han robado para depositar nuestro dinero en Europa e imponernos la carga de la deuda. En estas circunstancias, la fe de nuestros antepasados necesita una reencarnación. Pero nos hemos encontrado ya antes en la misma situación.

He dicho que estaba simplemente tratando de encontrar una explicación y no pidiendo disculpas. Me parece que esa explicación nos llevará de nuevo al pueblo de África y su fe en Dios. El desafío con que nos enfrentamos es triple: erradicar la pobreza, implantar la democracia, los derechos humanos y sistemas de gobierno eficaces y, por último, establecer normas para un mundo en el que se respeten los principios éticos.

Empiezo con la pobreza no porque quiera dejarme llevar por el abatimiento. Aunque estoy de acuerdo en que África debe asumir la responsabilidad de la gestión de sus asuntos, no se puede perder de vista el hecho de que la pobreza no es un estado natural del género humano. La pobreza es una situación creada por los seres humanos, porque es la consecuencia de la adopción de medidas políticas que empobrecen a unos y enriquecen a otros. En la medida en que la pobreza se debe a los propios seres humanos, creo que la pobreza puede erradicarse. En el Informe sobre Desarrollo Humano 1997 (PNUD), se dice lo siguiente:

La erradicación de la pobreza en todas partes es no sólo un deber moral sino un compromiso con la solidaridad humana. Es una posibilidad práctica y, a largo plazo, un imperativo económico para la prosperidad mundial. Precisamente porque la pobreza no es ya inevitable, tampoco debería tolerarse. Ha llegado el momento de eliminar los peores aspectos de la pobreza humana en diez o veinte años para crear un mundo más humano, más estable y más justo.
La confianza que encierra esta afirmación es un signo muy esperanzador. Con buena voluntad, también a nivel político, la pobreza puede erradicarse. En el África subsahariana, unos 220 millones de personas ganan menos de un dólar por día; 122 millones son prácticamente analfabetos, 205 millones no tienen acceso al agua potable, y 205 millones no tienen acceso a servicios de salud. Esta tendencia podría y puede cambiar en el curso de nuestra vida. Puede cambiar si se elimina la corrupción en la gestión de los recursos públicos. La corrupción es un robo a los pobres. Puede cambiar si se revalúan las prioridades nacionales para la distribución de los recursos disponibles de manera que se tenga principalmente en cuenta a los pobres en la política social. En otras palabras, puede cambiar si hay voluntad política. Puede cambiar si se controlan y se orientan la mundialización y los mercados de manera que beneficien a los más necesitados y si se adopta una interdependencia verdadera en las políticas comerciales y se comparte la carga. Puede cambiar en un mundo menos egoísta. Puede cambiar si los pobres no tienen que arrastrar la carga paralizante de la deuda. Sí, todo eso puede cambiar. La pobreza es una lacra para la humanidad. Según el Informe sobre Desarrollo Humano 1998 (PNUD), el consumo es una de las tendencias que caracterizan la vida moderna y que debe cambiar para que la humanidad pueda hacer frente a la erradicación de la pobreza.

El segundo imperativo que he señalado es la democracia, el respeto de los derechos humanos y la buena gestión de los asuntos públicos. Por supuesto, no puede erradicarse la pobreza ni eliminarse la corrupción si no nos basamos en políticas realmente democráticas y asumimos nuestra responsabilidad frente a las necesidades humanas, es decir, si no se propicia una buena gestión de los asuntos públicos. Estas aspiraciones expresan la visión de los estados africanos que, en el preámbulo de la Carta de la OUA, fundada en 1963, establecieron que la libertad, la igualdad, la justicia y la dignidad son objetivos esenciales para el logro de las aspiraciones legítimas de los pueblos africanos. En la Carta Africana de Derechos Humanos, adoptada en 1981, se establece para los pueblos africanos un nivel mínimo y uniforme de progreso sobre la base de las virtudes de su tradición histórica y los valores de la civilización africana que deberían inspirar y caracterizar su reflexión sobre el concepto de los derechos humanos y de los derechos de los pueblos. En su informe a la Asamblea General, Kofi Annan se refiere al renacimiento del espíritu de África que trata de encarar con honestidad los modelos del pasado. A ese respecto, afirma que los derechos humanos y el imperio de la ley son las piedras angulares de una buena gestión de los asuntos públicos. Si África se compromete a asegurar esa gestión y la libre participación de todos en el respectivo gobierno, a garantizar una interacción entre los gobernados y los que gobiernan por consentimiento mutuo, a erradicar la corrupción y a responsabilizar a cada persona por sus acciones garantizará la estabilidad a largo plazo, la prosperidad y la paz para todos sus pueblos. Kofi Annan lo formula en los siguientes términos:

África debe manifestar la voluntad de tomar en serio la cuestión de la gestión de los asuntos públicos, velando por el respeto de los derechos humanos y el estado de derecho, fortaleciendo la democratización y promoviendo la transparencia y la competencia en la administración pública. Si África deja de lado la buena gestión de los asuntos públicos, no se librará del peligro tan real y tan patente, hoy en día, del desencadenamiento de conflictos. 1
Quedan aún algunos interrogantes acerca de cuál sería la forma más apropiada de democracia para África. Desde el auge de las elecciones con múltiples partidos y el desmantelamiento de los Estados gobernados por un solo partido, así como el derrocamiento de presidentes vitalicios desde el final de la Guerra Fría, abundan las preguntas no sólo sobre "la vitalidad, la calidad y la pertinencia del tipo de transición democrática que está teniendo lugar sino también acerca de su viabilidad y las perspectivas de consolidación e institucionalización de las reformas operadas".2 Son todas preguntas válidas cuyas respuestas podrían ayudar a garantizar el establecimiento de un régimen político y social más duradero, que los pueblos de África podrían hacer suyo y, por consiguiente, defender.

En tercer lugar, quiero hacer un llamamiento a la regeneración moral del continente africano y de sus pueblos. En cierto sentido se trata aquí de una preocupación particularmente importante, porque es fundamental para todos nuestros problemas. Dar una orientación ética a la vida es una condición indispensable para la construcción de una sociedad basada en una buena gestión de los asuntos públicos y en el respeto de los derechos humanos de sus ciudadanos. Ese tipo de sociedad respondería positivamente al imperativo moral de hacer frente a la pobreza y la desigualdad. Una sociedad moral trata de conformarse lo más posible a la voluntad de Dios en las relaciones humanas y en la manera de organizarse. El relativismo moral y la selectividad tan repandidos actualmente no podrán servir nunca la causa de África. Tendrá que haber algunos valores comunes, compartidos y duraderos que nos unan para siempre. La marca que distingue a un gran pueblo es su capacidad de hacer frente a los problemas morales de su tiempo y sentar las bases de una sociedad justa para nuestra generación y las generaciones futuras. Cuando damos pruebas de sensibilidad moral evidenciamos el aspecto más fundamental de nuestra naturaleza humana. Es la marca de la ubuntu, el credo en el que muchos africanos han basado un ideal que afirma que la humanidad de cada uno está ligada a la humanidad de otros. Este es el mejor legado que podemos dejar a las futuras generaciones para que vivan en un mundo que sea más humano, un mundo más benévolo y solidario.

Esto es lo que me dice la parábola de las huellas fosilizadas. Me enseña que Dios es grande, no porque sea poderoso sino porque ha elegido morar entre nosotros, personas comunes y pecadoras. Esta es la esperanza que África está dispuesta a compartir con el mundo. Al reunirse nuevamente el Movimiento Ecuménico en el gran continente, por primera vez desde Nairobi, en 1975, encontrará un pueblo que tiene sed de paz y mira el futuro confianza. Una África llena de fe y de esperanza.


6.3 UNA MIRADA INTROSPECTIVA:
CARTA A MIS ANTEPASADOS

Mercy Amba Oduyoye

Queridos antepasados:
El Consejo Mundial de Iglesias está nuevamente en África, y nosotros, los hijos de este continente, queremos mostrar a todos nuestra tierra, la herencia de Dios que ustedes guardaron para nosotros. La última vez que el Consejo estuvo aquí, hicimos una adaptación teatral de nuestra historia y nuestra humanidad en la pieza "Muntu", en la que precisamente algunos de ustedes estaban presentes. Hoy, al brindarles estas palabras como una ofrenda, mi corazón y mi alma están llenos de aflicción y de esperanza, y, por más contradictorio que parezca,esa es la verdad. Acabo de escuchar el lamento de los hijos de esta tierra. Revivo en mi carne y oigo en mis oídos las voces de dolor de los "espíritus familiares de la travesía marítima de los esclavos".3 No es extraño que Ali Mazrui diga que ustedes están enojados con nosotros.4 Es verdad, a menudo nos enfadamos con nosotros mismos y seguimos clamando "Nunca más". Pero aun cuando digamos "nunca más" y hayamos derrotado el apartheid, cosechamos los torbellinos del racismo a cada momento. Anhelamos ser auténticos, anhelamos descubrir la fuerza con la que ustedes han resistido a la destrucción total de cuanto habían recibido de sus mayores y aun a la aniquilación de toda nuestra especie en este suelo. Ansiamos redescubrir la sabiduría que ustedes demostraron, porque ¿quién sabe? podríamos descubrir así ideas e inspiración para nuestras luchas y conflictos contemporáneos, pues también nosotros resistimos a la absorción total en una cultura mundial eurocéntrica que no hemos contribuido a forjar. Sabemos que ustedes tienen algo que decirnos.

Te recuerdo, Anowa, tú nos habías enseñado a vivir en armonía con nosotros mismos y con el resto de la creación.

Te recuerdo, Creador, que saliendo del humo y el fuego creados por el hombre, encomendaste a la mujer que enseñara a sus hijos a honrar a Dios y a pedir perdón cuando han hecho daño a otros.

Te recuerdo, Dios de Muchos Nombres, tú nos enseñaste a buscar la reconciliación cuando caemos en la disensión, tú nos diste el padare en el que podemos parlamentar.

Honorables antepasados, nuestra tierra conoce muchos conflictos, y acabo de ser testigo de otros más. Nos afligimos por ustedes y nos afligimos por nosotros mismos. Pero parece que en la misma confusión y ruina, que es África, se encuentra la semilla de la Nueva África dispuesta a germinar para que nuestro continente pueda aportar su contribución propia y peculiar a la comunidad mundial.

Queridos antepasados, ustedes tenían una religión, estaban orientados por el Creador. Algunos de ustedes como Nehanda, se aferraron a esa religión hasta el último aliento. Algunos de ustedes la realzaron con los preceptos del Islam, otros la enriquecieron con el cristianismo y muchos pusieron empeño en abandonarla totalmente y nos enseñaron que también nosotros debíamos abandonar sin más esa religión africana. Pero ustedes conservaron lo esencial de la religión entretejida en la cultura que nos transmitieron. No me quejo. También nosotros somos seres creadores, y hemos aceptado el reto de forjar un cristianismo que no anule nuestra africanidad, sino que contribuya a su enriquecimiento. Osamos buscar lo nuevo, porque si nos asustamos de los cambios positivos nos derrumbaremos y sencillamente desapareceremos de la faz de la tierra como pueblo con personalidad propia.

¿No decían ustedes que el que abre un camino no sabe que la senda que deja atrás es sinuosa? También nosotros tenemos que asumir la responsabilidad de nuestras opciones. Pero siento la necesidad apremiante de decir a los que de ustedes optaron por Cristo que nosotros, los que hemos seguido los pasos que ustedes nos trazaron, seguimos entristeciendo al Espíritu Santo. Recuerdan ustedes cómo Jesús, nuestro antepasado espiritual, oró por que tengamos paz, y cómo nos deseó plenitud de vida. Esto fue hace casi 2000 años. El mundo ha conocido muy poca paz. Para nosotros en África, la única paz que hemos tenido en los últimos 500 años es la que viene de aceptar nuestra propia deshumanización. No ignoro que algunos de ustedes resistieron a la opresión y pagaron el precio de sus vidas terrenales.

Oigo a Anowa decir "basta ya". Veo el llanto de Jesús ante nuestra incapacidad para descubrir y adoptar lo que construye nuestra paz. Nuestra negativa a cobijarnos bajo su manto maternal lo aflige grandemente, ya que los buhoneros que nos rondan están dispuestos a vendernos cualesquiera ideologías y cosmovisiones que convengan a sus bolsillos y alimenten su racismo.

No hace demasiado tiempo que los medios informativos occidentales nos decían que África ha sido "abandonada". Nosotros hicimos nuestro propio análisis y nos armamos de valor, porque nos dimos cuenta de la realidad de cómo la empresas transnacionales se apropiaban de los recursos de África y de la nueva manía llamada mundialización". Conocemos la explotación económica que produce la miseria de África, mientras los africanos enriquecen al Occidente y cada vez más también al Oriente. Tratamos de salir adelante y contamos con ustedes, nuestros antepasados, para acompañarnos en el camino. Hoy se nos recuerda que:

No es la pobreza material lo que constituye el mayor problema de África en la apuesta por la transformación social. Es la falta de una fuerza vital interior, una voluntad moral y una capacidad para iniciativas perseverantes en la lucha por el cambio positivo.(Véase documento del CMI acerca del "Plenario sobre África" de la Octava Asamblea del CMI, Harare 1998.)
Hemos atravesado luchas de liberación que ustedes conocen muy bien. Hoy seguimos donde ustedes terminaron... recuperando nuestra humanidad perdida. Hoy es nuestra humanidad misma la que es menospreciada y desdeñada por los poderosos, tanto internos como externos. Hoy aspiramos a una liberación cultural restaurando e incorporando las valiosas normas que ustedes trataron de conservar.

Por eso me atrevo a brindarles estas palabras, a ustedes mis antepasados. Estoy convencida de que nuestras herencias, tanto africana como cristiana, así como la islámica, tienen algo que decirnos. Incluso la herencia occidental puede aprovecharse como contribución positiva. ¿No dijeron ustedes: "Tete wo bi ka, tete wo bi kyere"? [el pasado tiene algo que decir, el pasado tiene algo que enseñar]. Pero el pasado no tiene nada que imponer.

Escúchenme un poco, mis antepasados en Jesús. ¿Qué tiene que enseñarnos el pasado cristiano cuando luchamos con nuestras realidades contemporáneas? ¿Podemos encontrar en África un cristianismo sano y salutífero? Bueno, digan algo. $!De acuerdo! También ustedes tienen preguntas: ¿Qué hacemos en nuestras organizaciones comunales? ¿Analizamos con cuidado los conceptos de ajuste estructural, de liberalización, de privatización, o limitamos nuestros esfuerzos a "salvar a los que están en peligro y cuidar a los moribundos"? Los oigo instarnos a "Avanzar en el cambio, la transformación, la reconstrucción, para poder sustentar, promover, construir y mantener vidas hermosas en entornos hermosos. Esta es la manera de reivindicar nuestra ascendencia".

Ustedes nos instan a que enfrentemos la impunidad con que violamos la humanidad del prójimo. Tienen mucha razón. Nos prometemos iniciar un nuevo día. Hemos empezado con la sensibilización por lo que respecta a las cuestiones de género. Si las iglesias tuvieran conciencia de las perspectivas, las funciones y la contribución de las mujeres, no perderíamos todo ese potencial.

En cualquier contexto y programa, nos instáis a prestar particular atención a los que el mundo considera "marginales". Nuevas voces ayudarán a dar forma a una nueva África. Hemos prometido ayudar a poner término a las exclusiones sociales en nuestras comunidades; ¿por qué no empezar, entonces, por la Iglesia?

Jesús, tú oraste específicamente por que seamos uno; pero mira lo que hemos hecho de la unidad en este continente. Nos hemos prometido desarrollar un liderazgo con mentalidad ecuménica, sustituir nuestro fundamentalismo confesional por el afán del trabajo en común en la misión. No seremos únicamente colaboradores, sino compañeros, personas que marchan por el camino de Emaús contigo.

Mis estimados abuelos, en 1970, David Barrett hizo una declaración que todavía hoy me inspira temor y temblor. Escribió bajo el título "Año 2000, 350 millones de cristianos en África". Puedo ver tu sonrisa porque nos dijiste "Si la fuerza fuese el derecho, el elefante sería el rey de la selva".5 ¿Qué representa esta fuerza numérica? ¿Qué clase de cristianismo? Pensé en la cebolla que una vez me defraudó en lo profundo de mi ser; llevaba un mensaje teológico. Aquel fruto de la tierra de forma perfecta y piel lustrosa tenía un núcleo hueco. El punto de crecimiento sustentador de vida se había secado. Pregunto, pues, ¿cómo están la teología y la espiritualidad en el corazón del cristianismo africano: secas, podridas o vivas? Nuestra pretensión de jugar un papel depende de la respuesta.

Lo que hoy me hace temer y temblar es que se ve y se trata a África como marginal en todas las esferas de los asuntos mundiales, excepto cuando es considerada fuente de riqueza para otros, y en cuestiones de fe. El islam y el cristianismo ocupan lugares muy visibles cuando la gente busca a tientas la paz. De ahí que el observador inquieto tenga que preguntarse: ¿Qué fe? ¿Qué práctica? ¿Qué teología? ¿Qué Iglesia? No sé si recuerdas, antepasado Blyden, que una vez profetizaste que África llegaría a ser fuente de espiritualidad para el mundo entero.6 No sé si estamos entrando en el ámbito de esta profecía. Lo que sé es lo que yo misma me pregunto, y quizás tú puedas ayudarme a comprender: "¿Cómo puede el cristianismo, pese al legado decimonónico de su impronta occidental, llegar a ser un marco de referencia para la expresión de los ideales africanos de vida?"

Viviendo con nuestra historia, declaramos que el siglo XX es el siglo del cristianismo para África. Ustedes estarán de acuerdo en que, aun cuando las iglesias de los primeros siglos cristianos se concentrasen en las costas de este continente, este siglo que ahora se extingue ha sido testigo de una presencia cristiana aún más espectacular. La Iglesia ha crecido, ciertamente, pero parece que poco ha cambiado desde 1951 cuando se dijo que

la Iglesia ha crecido evangélicamente sin la correspondiente madurez en los ámbitos teológico, litúrgico y económico. Es preciso enfrentarse deliberadamente con esta situación "lamentable". Es comprensible la preocupación de que, bajo las presiones del cambio político y social, el cristianismo institucional pueda empezar a desintegrarse en su centro mientras continúa creciendo en la periferia.7
Bien, honorables antepasados, ustedes saben que estamos en expansión, hay muchas más iglesias, muchos más misioneros extranjeros, muchos más movimientos carismáticos y muchas más personas que confiesan a Cristo como su salvador personal. Hay muchos que dejan que Cristo se ocupe de su enemigo, el Diablo, o de disipar el temor que algunos de ustedes sienten. También nosotros queremos dejar detrás nuestro un camino de fe, y vamos a actuar en ese sentido.

No nos engañamos a nosotros mismos. Cuando protestamos contra la imagen sombría de África proyectada en los medios de comunicación occidentales, lo hacemos muy conscientes de nuestra propia complicidad y de la explotación interna. Bessie Head ha observado que "las raíces del engaño y el robo" están en el "desprecio a la gente". Quienes llevan el timón de los asuntos de África o se relacionan con África dicen que la gente "no sabe nada simplemente porque no leen ni escriben".8 Nos despreciamos a nosotros mismos por cuanto otros nos desprecian, mientras que proclamamos que la sabiduría no viene de leer y escribir muchos libros. Somos conscientes de nuestros "defectos sociales". Experimentamos o infligimos

una forma de crueldad, propiamente despecho, que parece tener su origen en prácticas de brujería. Es una presión sostenida de tortura mental que reduce a sus víctimas a un estado de terror permanente. Y una vez que comienzan contigo no saben dónde detenerse hasta que te vuelves completamente loco. Entonces se ríen.9
En la segunda mitad de este siglo, como en la primera, hemos visto a políticos, colonos, civiles y militares hacer esto a quienes los desafiaban. En otro contexto, esto es una imagen del estrangulamiento económico de África por los poderes monetarios mundiales que hace que Mazrui se pregunte: "¿Hay vida después de la deuda?"10

Si no podemos salir victoriosos, entonces no somos hijos de ustedes. En medio de toda esta brujería monetaria, Mazrui nos asegura que África tiene un medio de presión, porque poseemos lo que él llama "contrapoder". El contrapoder se define como "poder ejercido por los que son más débiles en términos absolutos sobre los más fuertes en medidas absolutas". En efecto, dice, incluso, que ser deudor da poder, porque "la amenaza de no pagar hace vulnerable al acreedor".11 Hay un endeudamiento mutuo que desde el punto de vista cristiano sólo puede resolverse por la condonación de las deudas. No otra cosa dice o hace la Iglesia de África con respecto a esta situación económica que parece estar en el meollo de la Denigración de nuestra humanidad.12 En 1995, la Conferencia de Iglesias de Toda el África convocó una consulta sobre "Democracia y Desarrollo en África: El Papel de las Iglesias". Las actas fueron después publicadas bajo la dirección de J.N.K. Mugabi. En este volumen encontramos algunas pistas para nuestra búsqueda.

Nananom, estás con nosotros y eres testigo de que la "sabiduría" política de los organismos religiosos ha llegado a un nivel muy bajo en África. El espectacular desmantelamiento de las estructuras que estaban a tu servicio no nos ha ayudado, y allí donde continúan están a menudo en conflicto con la occidentalización impuesta. Tenemos todavía iglesias y mezquitas, que tienen la oportunidad de llegar a las vidas de las personas por lo menos semanalmente, por no hablar de los encuentros cotidianos e individuales con esas raíces vivas de nuestras naciones. Pero uno se pregunta todavía: "¿Cómo se utiliza esta disponibilidad de la gente?"

Los partidos políticos utilizan las oportunidades que tienen para movilizar a la gente en favor de sus intereses, que se supone coinciden también con los mejores intereses de la nación. Pero los resultados son ambiguos, porque mientras invocan las necesidades del pueblo, nuestros dirigentes políticos se ven obligados a aplicar "proyectos de democratización y control de la población concebidos desde fuera". Las exigencias de la mundialización son ajustes económicos estructurales que hacen recaer sobre los pueblos mismos la responsabilidad de seguir con vida, y sobre la comunidad en su función de "sociedad civil". Antepasados míos, estoy confusa. "¿Para qué sirven nuestros impuestos aparte del mantenimiento de los ejércitos y de una fuerza de policía mal equipada?" Los complejos problemas políticos y económicos nos han desbordado y han conducido a un deterioro social que ha hecho que la gente se afane en busca de apoyo espiritual. "¿Cuál es la respuesta de las iglesias?"

La consulta antes mencionada advierte claramente que "Es engañoso y peligroso predicar un Evangelio de Prosperidad en medio de la pobreza masiva." Es engañoso porque no invitamos a la gente a un análisis de "las cortapisas socioestructurales que impiden a muchas comunidades africanas disfrutar de una vida digna".13 Es peligroso porque pretendemos que la religión es "un agente de bienestar" pero no capacita a los pueblos para procurarse ese bienestar. Y, sobre todo, es engañoso seguir enseñando que la religión y la política no se mezclan, cuando ambas aspiran a conseguir el bienestar de los pueblos. Es engañoso porque, mientras no estamos en la tumba, no nos atrevemos a separar cuerpo y alma, y, por consiguiente, tenemos que cuidar de que la religión sirva a nuestra humanidad.

Queridos antepasados, ustedes entregaron al pueblo como mano de obra, y después entregaron la tierra para ser colonizada. Ustedes fueron los primeros afectados por la mundialización de nuestra economía. Ustedes pasaron del maíz al café para cumplir las condiciones del comercio. Ustedes se vieron obligados a abandonar la gestión tradicional del Estado para pasar a la categoría de Estados modernos y formar parte de la ola negra que entró en las Naciones Unidas en los años sesenta de este siglo.14 En el proceso nosotros, los hijos de ustedes, hemos sido incorporados a una cultura mundial eurocéntrica. No digo que todo sea malo sin ambigüedad. Con los idiomas imperiales algunos de nosotros, sus hijos, podemos comunicarnos más allá de nuestra lengua materna. Pero, hablemos o no esas lenguas, estamos sujetos a leyes "internacionales" eurocéntricas que no hemos contribuido a forjar. Sé que dirán, ya lo sé: "Pero ustedes pueden cambiar algunas de ellas". Tenemos que desprendernos de este sentimiento de inferioridad cuidadosamente aderezado por algunos, que experimentamos frente a la ciencia y la tecnología occidentales. Sé que dirán que la tecnología no tiene raza y que en su ámbito han penetrado algunos que no eran de origen europeo y no han conocido la colonización. Estoy de acuerdo, y añadiré: "eso han hecho algunos pueblos antaño coloniales". Nada nos impide sumarnos a ellos.

Ustedes, nuestros antepasados, han afirmado que permanecerían presentes para alentarnos a trabajar, así es que también pueden sentirse a gusto en el cristianismo mundial. Nunca más nos uniremos a quienes los consideran a ustedes demonios en sus traducciones y en su teología. Hoy vemos que el pluralismo cultural y religioso es una realidad mundial. Afirmamos pues que para tomar este factor en serio es preciso que tomemos la religión africana en serio. Aquellos de nosotros que somos cristianos deberemos aprender a ser al mismo tiempo auténticamente africanos y auténticamente cristianos. Tenemos que esforzarnos por contribuir al cristianismo mundial y a un ecumenismo cristiano.

Necesitamos disentir, y aunque tomamos una distancia crítica de las culturas locales, que vemos como deshumanizadoras, debemos permanecer fieles a nuestra herencia africana. Esto significa que todo cambio estimulado desde fuera ha de ser examinado con minuciosidad, porque también nosotros tenemos la responsabilidad de contribuir a cambiar y a forjar la historia y la cultura mundiales.

Ustedes han oído los testimonios que yo he oído hoy. Nuestro empeño es reducir el dominio opresor del Occidente sobre África. El acentuado eurocentrismo de los últimos quinientos años ha hecho que la cultura mundial lleve también su impronta. Tenemos que luchar más deliberadamente para construir, asentándonos sobre los valores que ustedes forjaron a partir de la experiencia que tenían. Necesitamos una visión totalmente nueva de nosotros mismos y una actitud positiva que suscite perspectivas innovadoras. Tanto Idowu como Mazrui describen a África como una mujer. Perdono su sexismo. Mazrui describe a África como una mujer con la expresión "el continente hembra: pasiva, paciente y penetrable".15 En su obra African Traditional Religion: a Definition, Idowu compara lo que las naciones poderosas esperan de África con lo que la mayoría de las sociedades esperan de las mujeres:

Cuando se comporta debidamente y acepta una posición inferior, obtiene la benevolencia que reclama su pobreza, y ella se muestra por eso profunda y humildemente agradecida. Si por alguna razón se propone ser enérgica y reclamar un trato de igualdad, suscita reprobación; es vituperada; es perseguida abiertamente o por medios indirectos; se la obliga a estar en conflicto consigo misma...16
Igual que las mujeres protestan contra esos estereotipos, así África debe rechazar esta tipología femenina. Hemos contribuido a cambiar el mundo. Hemos participado en la evangelización de África, desde los orígenes mismos del cristianismo tanto como durante los siglos posteriores. Nuestro deber es señalar nuestra contribución para ayudar a la posteridad a cultivar su autoestima.

Por el momento seguimos sujetos a la esfera de influencia occidental y parecemos incapaces de afirmar nuestra interdependencia para alimentar la autoestima de nuestros hijos. El Occidente sigue determinando la manera en que gobernamos nuestras economías y aplicamos nuestras políticas, porque ellos nos necesitan como mercado y como espacio de inversión. Nuestros recursos contribuyeron a desarrollar su mundo, y podemos hacer que refuercen nuestras estructuras regionales. Podemos y debemos pensar a nivel panafricano. Podemos y debemos pensar y trabajar en favor del cambio. Lo hemos hecho en SudÁfrica, donde rescatamos nuestra humanidad de las garras del racismo. ¿Cómo utilizará SudÁfrica, en África y en el mundo, esta dignidad recién nacida?

El mundo extrae minerales de África y en las Naciones Unidas tenemos un poder numérico. ¿No deberíamos utilizarlo para hacer que las empresas transnacionales sean más responsables? Por medio del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, a mi parecer, la comunidad mundial ha sacralizado el dinero y lo ha puesto incluso por encima de la política. ¿Podríamos dejar nuestros diamantes, oro y petróleo en las entrañas de la tierra africana, si no podemos hacer que aboguen por el bien de África?

Nos hemos cristianizado en gran medida; ¿podríamos comenzar a influir sobre la forma del cristianismo mundial, o por lo menos desarrollar nuestra propia práctica peculiar africana y nuestra expresión de la fe? Quién sabe lo que otros pueden encontrar en las palabras que les dirigimos; por lo menos cultivaremos y enriqueceremos la diversidad y la variedad de las maneras de vivir la fe. Contribuiríamos a hacer la historia del critianismo y demostraríamos el significado universal de la venida de Jesucristo. El cristianismo occidental ha sido sobre todo una fuerza "desafricanizadora", pero no necesita seguir siéndolo. Ustedes, antepasados, esperan de nosotros algo mejor. Así pues, con ustedes en la gran nube de testigos, invito a mis hermanas y hermanos de origen africano a la conversión y al compromiso. Es lo menos que podemos hacer.

Llamamiento a la conversión y al compromiso
Volvamos a nosotros mismos al volvernos a Dios, para poder avanzar con integridad.
Nunca más caminaremos de puntillas.
Nunca más soportaremos la humillación.
Reafirmemos el valor de las maneras africanas que contienen semillas de humanización para toda la humanidad.
Rechacemos las leyes que sirven a los intereses de los legisladores para el infortunio del pueblo.
Nunca más nos atormentaremos con insurrecciones y luchas religiosas.
Nunca más toleraremos la desafricanización realizada desde fuera.
Rehusemos la occidentalización disfrazada de cristianización.
Nunca más callaremos frente a políticas extranjeras oportunistas, las de los mercados del liberalismo que venden nuestro patrimonio a todos los postores por un plato de lentejas.
Nunca más adoptaremos estilos de vida extranjeros sin tener la certeza de que puedan estar al servicio de nuestra prosperidad.
Desechemos la ineficacia, la mala gestión, la corrupción y nuestras estrechas definiciones de quienes pertenecen a nuestra comunidad y de cuáles son sus límites.
Nunca más nos contentaremos con vivir como cazadores y recolectores, sin una cultura de preservación creadora y mostrándonos resignados ante la muerte y el deterioro de las infraestructuras.
Lo prometemos a ustedes y a nosotros mismos ante esta gran nube de testigos mundiales, visibles e invisibles.
Nunca más caminaremos de puntillas por el mundo, que es la creación de Dios y nuestro patrimonio común.

6.4 DISCURSO DE NELSON MANDELA

Como africano es un gran honor para mí participar en esta importante asamblea reunida en suelo africano y quiero expresarles mi profundo agradecimiento por su invitación.

Me uno a ustedes para celebrar el cincuentenario del CMI: cincuenta años de esfuerzos en favor de la paz y en nombre de los pobres, los desfavorecidos, los desposeídos.

Cuando se fundó el Consejo Mundial de Iglesias todavía se sufrían las consecuencias de decenios de crisis económica y conflictos armados en el mundo, un mundo quebrantado por la doctrina del racismo y las violaciones de los derechos humanos.

Como parte de un esfuerzo concertado para velar por que el mundo no volviera a conocer sucesos semejantes, el CMI se hizo eco de la consternación de la comunidad internacional, proclamando que los derechos humanos son una prerrogativa de todos los seres humanos. Contribuyeron ustedes, así, a legitimar las luchas de liberación de los oprimidos.

En SudÁfrica y en África Meridional, y en realidad, en todo el continente, el CMI ha sido conocido desde siempre por ser un ardiente defensor de los oprimidos y los explotados.

Por otra parte, el nombre del CMI hacía temblar a los que gobernaban nuestro país y desestabilizaron nuestra región durante los inhumanos días del apartheid. La simple mención de su nombre despertaba la ira de las autoridades. Estar de acuerdo con las ideas del CMI era ser un enemigo del Estado.

Y era precisamente por eso por lo que para nosotros el nombre del CMI era sinónimo de alegría, una fuente de inspiración y aliento.

Cuando hace treinta años iniciaron ustedes el Programa de Lucha contra el Racismo y el Fondo Especial para apoyar los movimientos de liberación demostraron que lo que ustedes hacían era algo más que un apoyo caritativo a distancia, era participar en la lucha junto con esos movimientos por las mismas aspiraciones.

Pero, ante todo, ustedes supieron respetar la opinión de los oprimidos acerca de los medios más apropiados para conseguir la libertad. Por esa prueba de solidaridad, los pueblos de SudÁfrica y de África Meridional siempre recordarán al CMI con gratitud.

Antes de llegar aquí, hablé con el Presidente Mugabe y le dije que como él es más joven, probablemente no había vivido las mismas experiencias que viví yo en mis tiempos. También le dije que mi generación es fruto de la educación de las iglesias. Sin los misioneros y sin las organizaciones religiosas hoy no estaría yo aquí con ustedes. El gobierno de entonces no se interesó nunca por la educación de los africanos, los mestizos y los indios. Las iglesias compraron terrenos, construyeron escuelas, las equiparon y crearon empleos. Por eso, cuando digo que somos fruto de la educación misionera que recibimos, en realidad nunca tendré palabras suficientes para agradecer a esos misioneros lo que hicieron por nosotros. Pero habría que haber conocido las cárceles del apartheid de SudÁfrica para comprender hasta qué punto fue importante la iglesia en aquellos días. Trataron de aislarnos totalmente del exterior. Sólo podíamos ver a nuestros familiares dos veces por año. Nuestro vínculo con el exterior eran las organizaciones religiosas, de cristianos, musulmanes, hindúes y miembros de la religión judía. Ellos fueron los fieles que nos inspiraron. El apoyo del CMI fue el ejemplo más concreto de lo que la religión hizo por nuestra liberación, desde aquellos días en que las instituciones religiosas asumieron la responsabilidad de la educación de los oprimidos que nuestros gobernantes nos negaban, hasta el apoyo mismo de nuestra lucha por la liberación. Aunando sus nobles ideales y valores con la acción, la religión nos fortaleció, y sustentó esos mismos ideales dentro del movimiento de liberación.

Es, pues, motivo de orgullo para nosotros que la democracia de SudÁfrica tenga una Constitución que encarne esos valores e ideales, pilar del apoyo de la comunidad internacional a nuestros esfuerzos por la libertad y la justicia.

Esos ideales y valores deben seguir orientándonos en el camino que aún nos queda por recorrer juntos.

Los derechos que se han obtenido y que hoy se consideran universales, sólo serán palabra escrita y nuestra libertad será incompleta si no consigue poner fin al azote del hambre, la enfermedad, el analfabetismo y la falta de hogar que asola a millones de personas en nuestro país, en África y en todo el mundo.

Cincuenta años después del establecimiento de un orden internacional cuyo objetivo era evitar la repetición de una catástrofe humana, el espectro de un nuevo desastre de dimensiones sin precedentes exige la creación de un nuevo orden mundial. Con la evolución de la situación internacional, imprevisible a mediados de siglo, la brecha entre ricos y pobres no hace si no aumentar en vez de disminuir.

En el umbral del nuevo milenio, el mayor desafío es erradicar la pobreza y el subdesarrollo.

Los objetivos de paz y de dignidad para todos exigen una reforma urgente de las instituciones del orden vigente. Al evaluar en esta reunión la propia función del Consejo en el pasado y buscar orientaciones para el próximo siglo, el CMI no hace sino responder a las necesidades de nuestros tiempos.

Mi propio continente, África, sueña con un Renacimiento africano que, mediante la reconstrucción y el desarrollo, nos permita enterrar el devastador legado del pasado y velar por que la paz, los derechos humanos, la democracia, el crecimiento y el desarrollo sean una realidad para todos los africanos.

Con nuestros propios esfuerzos ya hemos dado importantes pasos en ese camino. Sin ir más lejos, desde 1990 se han celebrado más de 40 elecciones democráticas en nuestro continente. La mayoría de los países africanos viven hoy en paz dentro de sus fronteras y con los países vecinos. Antes de que se acusaran las primeras repercusiones de la actual convulsión económica, el África subsahariana registró durante casi diez años un modesto pero constante crecimiento económico con una media del 5 por ciento. Por otro lado, hoy podemos hablar de una verdadera cooperación regional que crece por momentos, ya sea en África Meridional o en otras partes del continente.

Con eso no quiero decir que África haya conseguido salir del atolladero de la pobreza, la enfermedad, los conflictos y el subdesarrollo.

Los conflictos que viven hoy la República Democrática del Congo, Angola, el Sudán y otros países son causa de gran preocupación. En un mundo tan interdependiente como el nuestro, los conflictos no sólo afectan a las partes directamente implicadas sino que repercuten en los países vecinos y en toda una región, acarreando inestabilidad y desplazamientos forzados y mermando los recursos destinados a los servicios sociales.

Esos conflictos pueden echar por tierra todos nuestros esfuerzos para responder a las necesidades urgentes de nuestros pueblos, pero quiero dejar muy claro que África en general, y nuestra región en particular, tiene dirigentes muy competentes, comprometidos y experimentados y no me cabe ninguna duda de que un día podrán resolver esos conflictos y responder a las expectativas de todos. Todos ellos saben que, en aras del progreso en el mundo, la paz es el arma más potente de que dispone la humanidad. Saben también que todos los pueblos del mundo sin excepción aspiran a una vida estable. Y para lograr esa estabilidad no hay más opción que la paz. Todos los dirigentes de esta región son conscientes de ello y trabajan sin descanso para encontrar una solución.

Al llegar al final de un siglo que nos ha enseñado que la paz es la mejor baza del desarrollo no podemos escatimar esfuerzos para llegar a una solución pacífica de esos conflictos.

Tampoco podemos permitir que nada venga a truncar la urgente necesidad de cooperación a fin de velar por que nuestro continente deje atrás las consecuencias negativas de la mundialización y pueda beneficiarse de las oportunidades de este importante progreso mundial.

Debemos, pues, trabajar juntos para velar por que el legado del subdesarrollo no deje a África marginada de la economía mundial. Eso entraña encontrar maneras de luchar contra el SIDA cuya incidencia es aquí la más elevada del mundo, y por hacer progresar y consolidar la democracia, por erradicar la corrupción y la codicia y por garantizar el respeto de los derechos humanos.

También entraña trabajar juntos para encontrar formas de atraer más inversiones a nuestro continente, así como de ampliar nuestro acceso a los mercados y de aliviar la carga de la deuda externa, que afecta a África más que a ninguna otra región.

Debemos cooperar para reorientar las instituciones que rigen el comercio internacional y el sistema de inversiones a fin de que el crecimiento económico mundial se traduzca en un aumento del desarrollo.

Debemos además encontrar la forma de garantizar que los esfuerzos de los países por sanear sus economías para elevar el nivel de vida de sus poblaciones no retrocedan frente a los enormes flujos financieros que circulan por todo el mundo en busca de rápidos beneficios.

El desafío que hoy tienen ante sí las autoridades mundiales es encontrar la forma de utilizar la prodigiosa capacidad de la economía mundial contemporánea para erradicar la pobreza, que sigue siendo una plaga para gran parte de la humanidad.

El CMI forma parte de ese grupo de autoridades que pueden hacer realidad ese enorme pero alcanzable objetivo. El hecho de haber elegido África como lugar para conmemorar su cincuenta aniversario y reflexionar sobre los desafíos del próximo milenio es una prueba tangible de su solidaridad permanente con todos los que luchan por la paz y la dignidad.

Hace treinta años iniciaron ustedes un programa pionero que sentó nuevas orientaciones para el futuro. Y no se contentaron con afirmar el derecho de los oprimidos a rebelarse contra su situación sino que asumieron el riesgo de comprometerse activamente en la lucha contra esa opresión. Hoy el CMI está llamado a dejar constancia de ese mismo compromiso en la nueva y más difícil lucha en favor del desarrollo y de la consolidación de la democracia.

Al llegar al final de mi vida pública, tengo el gran privilegio de compartir con ustedes mis aspiraciones y sueños de un mundo mejor.

Y lo hago lleno de esperanza, pues sé que me encuentro en medio de hombres y mujeres determinados a salir al escenario mundial en busca de libertad y justicia.

Sólo el día en que la paz y la justicia se hagan realidad en este mundo, podremos todos nosotros, hombres y mujeres que hemos consagrado nuestra existencia a la lucha por un mundo mejor para todos, retirarnos con paz y serenidad.

Y me dirijo a los miembros de una organización que al final de su vida podrán decirse a sí mismos: "he cumplido con mi deber con mi país y mi pueblo", personas en cuyo rostro se lee la determinación, y cuyo recuerdo perdurará más allá de la muerte y del paso de los siglos. Por ustedes he querido hacer un alto en mi trabajo, para no perder la oportunidad de darles personalmente las gracias por todo lo que hicieron por todos y cada uno de nosotros. Gracias, gracias por siempre.



Notas
1. Kofi Annan: Las causas de los conflictos y el fomento de la paz duradera e el desarrollo sostenible en África; Asamblea general d la Naciones Unidas, Doc A/52/871-S/1998&318.)
2. Adebayn O. Olokushi (Ed.): .i.The Politics of Opposition.r., Uppsala: Nordiska Afrikainstitutet, 1998, pág. 10.)
3. Pasaje de la autobiografía de Howardena Pindell, Water/Ancestors/Middle Passage/Family Ghosts, 1988; reproducción de una pintura titulada: The Black Aesthetics, mes de octubre del Calendario de 1998 de African American Arts(Wadsworths Atheneum).
4. Tenía en mente las investigaciones de Ali A Mazrui sobre la cultura africana cuando hice este análisis de nuestras experiencias contemporáneas en África, creyendo, como él, que África está en una fase crítica en la que la cultura debe ocupar el lugar central. Véase su libro y vídeo The Africans: a triple heritage, Little, Brown and Company, Boston & Toronto, 1986.)
5. David Barrett, IRM, vol. 159, No 233, Londres, 1970, págs. 39-54.
6. Blyden, Edward Wilmot, "Ethiopia Streching Out Her Hands to God or Africa’s Service to the World" en Christianity, Islam and the Negro Race, Edimburgo, Edinburgh University Press, 1967, pág. 124; véase Kwame Bediako, Christianity in Africa, Edinburgh University Press, & Orbis Books, 1995, págs. 6-14
7. The Missionary Factor in East Africa, segunda edición. Longmans, 1951.
8. Bessie Head, A Question of Power, Heinemann, Oxford, 1974, pág. 133.
9. Bessie Head, op. cit., pág. 137.
10. Mazrui, pág. 314.
11. Mazrui, págs. 314 y 315.
12. Yo entiendo por denigración de-nigración, una tentativa de emblanquecer nuestra humanidad, destruir nuestra africanidad, transformarnos en sombras de otros.
13. Mugambi, pág. 33.
14. Palabras de Ruth Engo en su exposición sobre "La Organización de las Naciones Unidas y África" presentada en una conferencia sobre África celebrada en Stony Point, Estados Unidos de América, en 1998.
15. Mazrui, pág. 303.
16. E, B. Idowu, African Traditional Religion: A Definition, pág. 77.

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