consejo mundial de iglesias

Octava Asamblea
Sesiones plenarias sobre el Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres

Fase 1 - La Memoria
(Esta fase será presentada
por medio de una procesió˘n,
un video y las siguientes palabras de gratitud
de Despina M.Prassas)

El Decenio Ecuménico
Despina M. Prassas
Documento No. DE 1

Les saludo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Buenos días. Quisiera dar gracias a nuestro Señor por darme la oportunidad de estar aquí y de celebrar juntos la clausura del Decenio Ecuménico de solidaridad de las Iglesias con las Mujeres. Estamos agradecidas por haber podido celebrar de tantas formas diversas nuestras aptitudes y nuestros dones que hemos ofrecido a la Iglesia. El valiente esfuerzo y el compromiso de las mujeres que participaron en el Decenio han sido beneficiosos para muchas personas. Nuestro amor recíproco es la esperanza que mantiene vivas a las iglesias, cumpliendo la misión de Jesucristo.

Mujeres de todo el mundo se reunieron en la celebración de cultos en toda frica para festejar el comienzo del Decenio; se realizaron encuentros nacionales y regionales en más de una docena de países; las celebraciones en Asia, incluyeron servicios de Pascua al amanecer en Pakistán y Filipinas; en el Reino Unido, muchas personas se congregaron en un oficio religioso realizado en la Abadía de Westminster, y en las iglesias metodistas, las mujeres predicaron en los cultos de Pascua; en Costa Rica, un grupo ecuménico de más de 150 mujeres se reunió para el lanzamiento del Decenio; en Creta, mujeres ortodoxas de todo el mundo se reunieron para celebrar, y en todo el territorio de los Estados Unidos, los responsables de programas y consejos se organizaron para coordinar la documentación del Decenio, mientras otras iglesias adoptaron resoluciones específicas para promover la participación en este acontecimiento.

Índice

Pulsar en cualquiera de los siguientes:

La memoria
El Decenio Ecuménico El Presente

La Anticipación

Carta a la Octava Asamblea del CMI de las Mujeres y los Hombres Participantes en el Festival del Decenio: DE LA SOLIDARIDAD A LA RESPONSABILIDAD

Signos de esperanza y signos de desesperanza: Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres


A mediados del Decenio, grupos ecuménicos visitaron a casi todas las iglesias miembros con el fin de conocer y confirmar lo que se había hecho durante la primera mitad del Decenio, y alentar a las iglesias a avanzar en su labor de apoyo a sus miembros. En el informe de 1997 de los grupos ecuménicos, titulado "Cartas Vivas", se documenta la voluntad y la entereza de las mujeres para superar los problemas relacionados con la opresión, entre ellos, la violencia, la falta de participación en la vida de la iglesia, el racismo y la injusticia económica. Estos problemas están presentes en muchas de nuestras iglesias, en numerosas regiones, y se hacen frente de diferentes maneras. En algunos casos, se trata de la ayuda mutua entre mujeres; en otros, de la labor conjunta de las organizaciones de las iglesias y organizaciones seculares destinada a alcanzar sus objetivos. Los equipos conocieron la realidad cultural eclesial y local de las iglesias y respondieron pidiendo a las iglesias signos concretos de solidaridad con las mujeres.

Si bien muchas de las dificultades siguen existiendo, uno de los signos más esperanzadores fue el hecho de que algunas iglesias reconocieran que la mayoría de los problemas relacionados con la cuestión de género o con las comunidades no son meramente asuntos de las mujeres sino que son responsabilidad de toda la iglesia. Tanto las dificultades como las esperanzas han quedado documentadas en el texto "Desafíos de las Mujeres: hacia el Siglo XXI", programa de acción que fue discutido y tratado durante el Festival Ecuménico del Decenio: Imaginemos el futuro más allá de 1998, celebrado la semana pasada aquí en Harare.

Aunque ya se han abordado algunas de las preocupaciones de las mujeres, tenemos aún mucho trabajo por delante. Por consiguiente, estamos aquí, para "¡buscar a Dios con la alegría de la esperanza!"

También se me ha pedido que me refiriera brevemente al símbolo del Festival del Decenio: el agua. El agua que hoy presentamos aquí ha sido traída por mujeres de todo el mundo para el Festival del Decenio. Mujeres de iglesias de cada región del mundo han ofrecido su agua como signo de solidaridad y de compromiso unos con otros y con la preservación de la vida.

Aunque el agua es un elemento muy común que cubre casi tres cuartas partes de la superficie del planeta, también es un elemento extraordinario por cuanto es esencial para la vida del mundo: algunos organismos microscópicos pueden existir sin aire, pero ninguno puede crecer sin agua

El agua ha dado origen a grandes civilizaciones y, a veces, ha causado su destrucción. Durante cientos de millones de años, ha sido uno de los instrumentos más poderosos modelando y remodelando la faz de la tierra en forma de glaciares helados, corrientes fluviales y océanos. Regula el clima, forma el suelo en el que echan raíces los cultivos y los bosques y, como fuente de energía hidroeléctrica, el agua mueve los mecanismos de la tecnología moderna. Es un ingrediente indispensable de casi todos los procesos de fabricación, desde la producción de pan hasta la de microchips de computadoras.

Derramar las "l grimas" llevadas por mujeres de todo el mundo al Festival de la Década de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres.


El agua desempeña un papel fundamental en los negocios mundiales, y es esencial para el crecimiento y el desarrollo económicos. En muchos países del mundo son las mujeres las responsables de buscar y administrar el agua. Al no tener acceso a agua potable deben recorrer largas distancias, dedicando muchas horas de su jornada a la búsqueda de agua para mantener la salud y el bienestar de sus familias.

El agua, no obstante, es una paradoja. En algunas regiones es escasa y en otras abunda en exceso. Es un elemento que divide a pueblos y regiones del mundo, pero como recurso valioso y escaso ha unido a países para el desarrollo y la gestión de fuentes de agua transfronterizas. Es conocida su capacidad de destrucción, que se ha hecho evidente en las embestidas de El Niño y, más recientemente, del huracán Mitch, que se han cobrado miles de vidas. Al mismo tiempo, estas catástrofes naturales, han revitalizado los ecosistemas, ayudando a desintoxicar las aguas continentales y costeras.

Sin embargo, hay un tipo de agua para el que no existe paradoja alguna: el agua viva ofrecida por Jesús a Santa Fotini, la mujer del pozo (Jn 4). Nuestro Señor el Salvador, mirando el corazón de Santa Fotini, se da cuenta de que necesita curación y le ofrece la curación auténtica, la experiencia verdaderamente vivificante: le ofrece vida eterna. Por medio de las aguas del bautismo, Jesús "nos lava con su propia agua la suciedad del pecado, que ha desfigurado la belleza de la imagen."

El agua, por consiguiente, no sólo es un símbolo de nuestra mutua solidaridad, sino, lo que es más importante, un símbolo de la renovación de nuestro amor a nuestro Señor Jesucristo y nuestra fe en él. "Porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos" (Ap.7:17).

_______________________________

1 San Gregorio Niasanceno, Sermón sobre las Bienaventuranzas.


Fase 2 - El Presente
(Esta fase ser  presentada a trav‚s de
las reflexiones de Lala Biasima, M. Deenabandhu,
Mukami McCrum y el Obispo Ambrosios de Oulu.)

Las mujeres y la justicia económica
Reverenda Biasima Lala
Documento No. DE 2

Agradezco a Dios esta oportunidad de tomar la palabra en nombre de mis hermanas del frica para hablar de un tema tan candente y actual como la justicia económica.

Realidades
En las Sagradas Escrituras, notamos la voluntad divina de dotar a la creación de todo lo necesario para lograr la felicidad y la supervivencia del ser humano, como manifestación de su amor y de su justicia.

Lamentablemente, el ser humano, que supuestamente utilizaría y protegería la creación por su bien, se transformó en verdugo de su prójimo, creando sistemas económicos y tratados comerciales que favorecen el mercado, el dinero y el lucro en detrimento del ser humano y de su dignidad.

La mundialización y la globalización de la economía, la implantación de la economía de mercado, la reducción de los servicios sociales, los desplazamientos de las empresas hacia países donde la mano de obra es más barata, son prueba suficiente de la voluntad humana declarada de favorecer un orden económico mundial injusto en el que la política económica se impone a la política social.

Las mujeres son las que más sufren las consecuencias de este egoísmo humano. Hay una feminización de la pobreza en todos los países, aunque con diferentes manifestaciones y en contextos diferentes.

En los países de Europa y de América, la mayoría de las mujeres empleadas se encuentran en la categoría de salarios más bajos. Se ven más afectadas por la reducción del gasto social y la supresión de puestos de trabajo que son causa de la pérdida de su salario y de su jubilación. Hay también una brecha que se agranda entre los ricos y los pobres, pero sobre todo entre los hombres y las mujeres.

En los países en desarrollo, las mujeres padecen el doble flagelo de la crisis económica: primero, como mujeres pobres y sin educación, y segundo, como esposas de un marido a quien el desempleo y la crónica falta de pago obligan a veces a desplazarse a otros horizontes en busca de un empleo siempre hipotético. Las mujeres se ven forzadas a cargar solas el peso de la supervivencia del hogar, a menudo en perjuicio de su salud.

El programa de ajuste estructural -ese amplio complot internacional que consiste en exigir a los estados que abdiquen de sus responsabilidades en el ámbito de la salud, la educación y los servicios públicos, y aumenten sus ingresos (los impuestos, las tarifas de los servicios), es decir, que exploten más a sus poblaciones a fin de enriquecer a los ricos y promover el desempleo, la pobreza y la miseria en sus respectivos países- sí, ese complot, decía, ha alcanzado plenamente sus objetivos. En ninguno de los países en donde se aplica el plan, la población ve signo alguno de recuperación económica, como lo pretenden los instigadores. Por el contrario, millones de personas son condenadas a la pobreza y a la muerte temprana pues el dinero que debía garantizar las necesidades fundamentales se desvía y se paga a los acreedores. Se trata sencillamente de transferencias de riquezas y recursos de los países pobres a los países ricos.

Esta triste situación afecta sobre todo a las mujeres, pero también a los niños, sacrificados sobre el altar del lucro, que deben trabajar prematuramente, para contribuir a la supervivencia de sus familias, todo esto arriesgando sus vidas (turismo sexual, prostitución, violaciones, delincuencia juvenil, etc.).

Lo que las iglesias y las mujeres pudieron hacer frente a la situación
Durante el decenio, se hicieron campañas, conferencias, seminarios de formación sobre alfabetización económica y sobre actividades generadoras de ingresos que condujeron a los siguientes resultados:

  • Una toma de conciencia de la mujer sobre su participación en la economía. Ya no se considera que la economía es un dominio reservado a los expertos, sino que supone la participación de toda persona humana en la gestión cotidiana de lo que Dios ha dado a este mundo como medio de subsistencia.

  • Una adquisición de conocimientos sobre la forma en que se organizan la economía mundial y la de nuestros países.

  • Una adquisición de conocimientos sobre la forma en que se organizan la economía mundial y la de nuestros países.

  • El desarrollo por las mujeres de nuevas recetas nutritivas con alimentos locales, al mismo tiempo que se enseña a comer lo que antaño era tabú. Esto ha contribuido a reducir la malnutrición.

  • La identificación de estructuras sociales, leyes y tradiciones injustas de nuestros países que no permiten que la mujer se realice en lo económico.

  • Una toma de conciencia de las mujeres y de los padres en general sobre la necesidad de dar las mismas oportunidades de educación a las niñas y a los niños.

Desafíos más allá del decenio
El decenio ha aportado muchas percepciones nuevas sobre cosas que, hasta ahora, las mujeres ignoraban. Sin embargo, todavía quedan muchos desafíos.
  • El sistema económico mundial. Los cristianos del mundo asisten pasivamente a la instauración de sistemas económicos similares a la Torre de Babel (el FMI, el Banco Mundial, el mercado libre, etc.) basados en la injusticia, el orgullo y la dominación. Esta tácita aceptación de ideologías que empobrecen a la mayoría de los seres humanos nos hace cómplices de las injusticias económicas. ¿Dónde están los cristianos en la gestión de la Oikoumene?

  • Los programas de ajuste estructural. Las multinacionales imponen a los estados la reducción del gasto social, y por el otro lado, aceptan que los mismo estados inviertan en la compra de armas que mantienen a pueblos enteros en el terror. Las iglesias deben exigir la condonación de la deuda, la reconversión de este dinero en programas que tiendan a mejorar la calidad de vida de los pueblos.

  • La falta de capital. No hay dinero para financiar las actividades de las mujeres. La crisis económica siempre sirve de coartada a los estados, y a las iglesias, para justificar esa falta de interés. Es imprescindible que las iglesias modifiquen las prioridades en esta esfera.

  • La falta de educación sigue siendo un peligro permanente para la mujer, siempre propensa a la pobreza. Las iglesias deben hacer todo lo que esté a su alcance para respaldar la formación de las mujeres, y velar por que se les asignen funciones diversas y se las integre en los órganos de toma de decisiones.
He ahí la serie de desafíos aún por resolver y que requieren la solidaridad de las iglesias con las mujeres más allá del decenio que se cumple; y ello, en atención a nuestro testimonio cristiano en el mundo.


Violencia contra la mujer
Rev. Deenabandhu Manchala
Documento No. DE 3

La práctica generalizada y el crecimiento de la violencia contra las mujeres en todo el mundo es, tal vez, la prueba más clara de la decadencia moral de nuestra generación. Hoy, reunidos aquí como comunidad mundial de iglesias, con el propósito de asimilar las enseñanzas extraídas del Decenio, nos vemos enfrentados a esta realidad aparentemente irreversible.

Las visitas de Equipos del Decenio, a iglesias miembros -las Cartas Vivas- constataron que la violencia contra la mujer es una realidad en todo el mundo. Los informes de los equipos observan que, por encima de todas las divisiones de clase, raza, casta, edad, educación, cultura, lugar y denominación, las mujeres están expuestas a diferentes tipos de violencia física, económica, social, institucional, psicológica y espiritual. Además, quienes participamos en el Festival del Decenio, la semana pasada, hemos escuchado los conmovedores testimonios de mujeres que han experimentado situaciones de violencia incluso dentro de la iglesia.

Yo vengo de la India, un país muy alabado por su ahimsa (no-violencia) y dharma (moralidad). Paradójicamente, es una sociedad cuya fuerza proviene de la omnipresente influencia de dos formas culturales basadas en la exclusión: las castas y el patriarcado. No se trata pues, de una violencia puramente física, sino de una violencia estructural cuidadosamente concebida, alimentada y religiosamente santificada, que degrada la vida de los que son excluidos. Yo estoy aquí representando a las víctimas de esas culturas: las mujeres y los Dalits (los oprimidos), que constituyen los sectores más despreciados, empobrecidos y explotados de la sociedad india. Entre ellos, la mujer dalit es "el dalit de los dalit". Es tres veces oprimida: por ser pobre, dalit y mujer, lo que la convierte en la peor víctima de una violencia derivada de la interrelación de clase, casta y sexo. Quisiera que hoy recordáramos a los millones de hermanas dalit que cada día son víctimas de distintos tipos de violencia. Estas culturas del opresor han penetrado a tal punto en las mentes de las víctimas que éstas aceptan la violencia como algo inevitable, y los demás no la ven. Así es que la India sigue en cabeza en lo que se refiere a la violencia contra la mujer. Cada año, algo más de

15.000 mujeres son violadas,
15.000 son raptadas o secuestradas,
7.000 novias son asesinadas por no aportar la dote requerida,
30.000 son torturadas
30.000 son acosadas
15.000 son hostigadas, y aproximadamente
15.000 son condenadas a un tráfico inmoral (lo que, por supuesto, significa prostitución).

Se registran cerca de 125.000 de estos casos de delitos contra mujeres. Además, entre los fallecidos por enfermedades, epidemias, calamidades naturales, enfrentamientos entre castas y comunidades y luchas étnicas, la mayoría son mujeres.

Durante nuestras visitas comprobamos que, en muchos casos, las iglesias consideran esto como un fenómeno cultural, y no sólo se abstienen de reaccionar sino que a menudo apoyan y contribuyen activamente a perpetuar diversas formas de violencia contra las mujeres mediante el lenguaje, la negación de oportunidades y de participación, el apoyo a los roles estereotipados, etc. Desgraciadamente, muchos cristianos consideran hoy que la responsabilidad de salvaguardar las tradiciones de la iglesia institucional es un imperativo más fuerte que el hambre y la sed de justicia y paz. Sin embargo, en medio de tan oscuro panorama, hemos visto signos de esperanza. Hemos percibido una mayor conciencia entre las mujeres. Se están organizando para resistir, para luchar por la igualdad, la justicia y un trato equitativo. Están rompiendo la cultura del silencio. Están articulando sus puntos de vista respecto a un nuevo orden social basado en los valores de compañerismo, equidad y justicia. Están descubriendo el poder liberador de la fe bíblica. Y aquí reside el desafío. ¿Quiere la Iglesia seguir siendo guardiana de una cultura de la violencia o ser catalizadora de la cultura de la vida?

Al finalizar el Decenio, una de sus grandes preocupaciones, la "violencia contra las mujeres", se traduce en algunas posibilidades:

1. En situaciones caracterizadas por valores, estructuras y culturas de opresión en las relaciones humanas, el desafío para las iglesias es ser capaces de presentar alternativas en las formas y en las funciones. En una época en que la vida es negada, degradada y convertida en una carga para más de la mitad de la población del mundo, no debemos ya considerar que esto es un problema de las mujeres, sino un problema que nos obliga a defender la vida y la dignidad de cada ser humano. Esto implica un redescubrimiento de lo que significa ser iglesia. La Iglesia está llamada a ser no sólo una comunidad de creyentes preocupados por lo meramente espiritual, sino una presencia transformadora, que recuerde con su vida y sus actos la promesa de la venida del reino de Dios. Superar la violencia desde el seno mismo de su estructura, en sus relaciones, su interpretación de la Biblia y su lenguaje es la tarea más urgente de la Iglesia.

2. Al tiempo que afirmamos la necesidad de contextualización e inculturación, debemos también afirmar activamente el poder transformador del evangelio como elemento que contrarresta y transforma todo lo injusto de una cultura. Ésta no puede ser utilizada como una excusa para justificar la inacción. La Iglesia debe dejar de patrocinar las culturas de los opresores y -obedeciendo al Dios de liberación- comenzar a hacer suyas las culturas y los anhelos de los oprimidos. La cultura es una realidad cambiante que puede ser transformada. En muchos lugares hemos percibido que la Iglesia se queda rezagada, incluso cuando ciertas rígidas sociedades patriarcales, como en la India, han comenzado a dar muestras de una mayor sensibilidad y desarrollan acciones prácticas para hacer justicia a las mujeres. Tal vez éste sea por lo menos uno de los aspectos en los cuales la Iglesia debería seguir al mundo.

3. Tal como sucede con los Dalits y muchos otros grupos oprimidos, las mujeres están hoy despertando. Los numerosos movimientos de base y la solidaridad que deriva de sus experiencias compartidas sobre las barreras con que tropiezan dan testimonio de un nuevo espíritu ecuménico. La Iglesia debe mostrar discernimiento, y participar activamente en estos grupos ecuménicos de base que luchan por la justicia, la libertad y la vida. Si no lo hace, perderá la oportunidad de convertirse en aliada de las fuerzas de la vida.


"El Racismo contra las Mujeres"
Mukami McCrum
Documento No. DE 4

Les hablo hoy desde la perspectiva de mis múltiples identidades, como mujer negra, madre, hija, hermana, esposa, y como cristiana. Como mujer negra me enfrento al racismo cada día de mi vida. Como madre, me debato con el racismo contra mis hijos. Como hermana, comparto el dolor de mis hermanas cuando me cuentan sus historias. Como hija, mi deber filial, me conecta con generaciones pasadas y presentes de mujeres negras de frica, Asia, el Pacífico, el Caribe, América Latina y Australasia, indígenas, migrantes y refugiadas que han padecido infortunios en su lucha contra la esclavitud y el racismo colonial e imperial. Como esposa, siento que mi corazón se paraliza de miedo con el ulular de las ambulancias... ¿Habrán herido a mi marido y a mi hijo en la manifestación antirracista? Como cristiana, busco respuestas de la iglesia a mis problemas y me pregunto por qué no podemos amarnos mutuamente como nos mandó Cristo.

Se esperaba que el Decenio de las Iglesias en Solidaridad con las Mujeres sería una respuesta directa a los problemas y preocupaciones de las mujeres. Pero cuando pregunto a las mujeres sobre sus experiencias del Decenio, normalmente, la mayoría responde: "¿Qué Decenio?". Cuando hago la misma pregunta a mujeres negras, me contestan: "¿Qué decenio, qué mujeres? "Esto me sugiere que aún no se ha eliminado la "piedra del racismo", aunque se la haya "desplazado". Tengo la impresión de que tanto las iglesias como el movimiento de mujeres no han llegado a las minorías raciales, las mujeres migrantes y las mujeres indígenas. Esta idea se basa en que estas mujeres son víctimas del racismo, la opresión y la explotación ejercidas por mujeres y hombres del color, la cultura, la religión y la clase dominante en la mayoría de los países del mundo. Las iglesias no parecen haberse dado cuenta de este detalle tan importante.

Muchos hombres y mujeres de la comunidad eclesiástica se horrorizan cuando les contamos nuestras experiencias de racismo dentro de la iglesia. Ello se debe a que nunca pensarían en romper ventanas con ladrillos, escribir grafitis insultantes, escupir o atacar a mujeres. Sin embargo, se olvidan de que la forma más taimada y persistente de racismo es la "exclusión y la invisibilidad" de esas mujeres de todos los aspectos de la vida comunitaria de la iglesia. Parece que, excepto en iglesias dirigidas por negros, el resto de la comunidad eclesiástica no ha comprendido que la solidaridad con las mujeres ha de incluirnos a nosotras también. Una vez, una mujer me dijo: "Te sientes muy herida cuando unas hermanas blancas, a quienes conoces desde hace años, te dicen nos olvidamos de invitarte' o no sabíamos que te interesaría'. ¿Cómo pueden volverse tan invisibles las necesidades de personas tan visibles por su color?".

Sin embargo, decir que el Decenio no ha cambiado nada es negar los esfuerzos y los logros, aunque modestos, de miles de mujeres que han trabajado duro para plantear cuestiones y preocupaciones, superando sus indisposiciones o fatigas. Es también fundamental que aplaudamos los esfuerzos de la iglesia y que reconozcamos lo que es debido. Tengo presente el éxito de programas como Mujeres víctimas del racismo y SISTERS.

SISTERS es una red de mujeres de alcance mundial. Ha reunido a mujeres del frica, Asia, el Caribe, las Américas, Europa y el Pacífico, y ahora podemos decir con verdad que todas somos vecinas en el mundo. Muchas mujeres ahora reconocen las similitudes en la opresión de las mujeres, y la necesidad de apoyarse mutuamente y de oponerse juntas al racismo.


Con orgullo, puedo decir que una herida hecha a una hermana es ya una herida a todas, y una preocupación para todas. Aunque toda forma de racismo es obscena y es pecado, el tiempo no me permite mencionar todos los tipos de luchas; sin embargo, hay dos ejemplos dignos de mención:

1) Las luchas de las mujeres Dalit en la India, y las luchas de las mujeres indígenas en el mundo entero. Los Dalit son el sector más despreciado, empobrecido y explotado de la sociedad india. La mujer Dalit es tres veces oprimida por ser Dalit, mujer y pobre, lo que la hace la peor víctima de la violencia por la interacción de clase, casta y sexo. Si se reemplaza la palabra Dalit' por negra', el mensaje es el mismo. La casta es una forma de racismo que es preciso combatir a nivel institucional e ideológico.

2) El vínculo entre racismo y tráfico de personas es obvio. La mayoría de las mujeres pobres viven en países en desarrollo con una población predominantemente negra. Existe un vínculo histórico entre racismo y explotación. Hoy, las fuerzas políticas, sociales y económicas mundiales siguen explotando esos países, y a las mujeres se las considera simples artículos de compra y venta en el mercado. El racismo contribuye a la pobreza, dejando a mujeres y niños en la indigencia y haciéndolos así vulnerables a los criminales que los esclavizan y los venden a países en donde la xenofobia, combinada con leyes de inmigración hostiles y racistas, los enredan en una vida de prostitución y de violencia. El racismo y la trata de mujeres son violaciones graves de los derechos humanos.

Para el movimiento de mujeres, en un momento en el que se esperan muchos cambios mientras nos acercamos al milenio, una cosa permanece: el racismo y su capacidad de atravesar fronteras nacionales y geográficas, como un huracán, causando devastación, rompiendo y fragmentando cualquier forma de solidaridad entre las mujeres. Para tener la seguridad de que los dones de todas las mujeres siguen floreciendo, deben ocurrir varias cosas. El Decenio ha ayudado a abrir muchos ojos y no podemos volver al lugar oscuro y frío habitado por mujeres sin voz. Hemos denunciado y reprobado todas las formas de opresión contra las mujeres. Sin embargo, debemos tenernos firmemente de la mano juntas, seguir formulando los problemas y las batallas que se originan en los vínculos entre la privación económica extrema y la pobreza, por una parte, y los factores políticos, religiosos, legales y culturales que legitiman el racismo, por la otra.

A mi hija y a las jóvenes de todas partes les digo: cuando se sienten a la sombra de los árboles que plantaron su madre, su tía o su abuela, cúidenlos bien; estén alertas; túrnense para dormir; protéjanlos bien, sin olvidar nunca que hay fuerzas allí fuera que preferirían derribarlos y arrancarlos de raíz. Mientras los cuidan, siembren semillas para que nazcan más árboles para sus hijos.

A las iglesias y al CMI les digo que me gustaría proclamar los desafíos enumerados en las Cartas Vivas. Además, pido a las iglesias, y en particular a nuestras hermanas blancas, que :

  • a) combatan todos los aspectos del racismo, asegurándose de que todos los órganos de la iglesia trazan un plan de trabajo en el que consten claramente las acciones y actividades de las iglesias y de la comunidad eclesiástica a nivel local, nacional y mundial;
  • b) provean suficientes recursos para Mujeres Víctimas del Racismo/SISTERS para fortalecer el vínculo, la cooperación y la labor conjunta con organizaciones seculares de mujeres. La Iglesia debe hacer esto, consciente de que el racismo no respeta límites de iglesias, estados o naciones. Por consiguiente, es imperativo que la lucha contra el racismo no se encierre en esos límites. Pido a la Iglesia que acompañe, defienda y apoye a las organizaciones de mujeres que están en vanguardia de la lucha contra todas las formas de racismo. Esto exige que la Iglesia esté codo a codo con las mujeres negras, migrantes, refugiadas e indígenas, en contra de las fuerzas opresivas y la poderosa maquinaria estatal que a menudo se movilizan contra ellas. Debemos exigir la aplicación de la Declaración de los Derechos Humanos, en reconocimiento del hecho de que el racismo es una forma de violencia.
    La tarea acaba de comenzar. Mi oración y mi anhelo se dirigen a un milenio sin racismo. Que Dios esté con nosotros.


    Participación de las mujeres en la vida de la Iglesia
    Metropolitano Ambrosius de Oulu, Finlandia:
    Document No. DE 5

    "Vuestra Cruz ha derrotado a la muerte - habéis transformado en alegría los lamentos de los portadores de mirra" (Himno ortodoxo de Resurrección).

    Desde el punto de vista de las iglesias, el Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres ha tenido gran importancia en el CMI y en sus iglesias miembros. Nos ha ayudado a ver, de manera más crítica, algunas de las limitaciones de los procesos actuales de toma de decisiones, así como de las estructuras de poder en nuestras iglesias y su falta de transparencia y de inclusividad. En muchos lugares, las mujeres siguen siendo invisibles e ignoradas, a pesar de que la comunidad de la Iglesia debería ser, siempre, la comunidad de mujeres y hombres. Las preocupaciones e intereses de las mujeres son de vital importancia para el fortalecimiento y el bienestar de la Iglesia en su totalidad. Por lo que respecta al futuro de nuestras iglesias, soñamos y buscamos una comunidad que esté atenta y responda a las esperanzas, los sueños e incluso a las frustraciones de sus miembros. La Iglesia debe ser fuente de liberación para hombres y mujeres por igual porque todos hemos sido creados a imagen de Dios y estamos llamados a glorificar a Dios en su tarea de hacer de la Iglesia una comunidad.

    Estamos muy agradecidos por haber podido participar en diversas actividades del Decenio y en los equipos de visitas de mitad del Decenio. Estas actividades nos han permitido comprender el significado profundo y constructivo del Decenio. Al principio, algunas de las iglesias más tradicionales manifestaron algunas dudas y reservas. Pero gradualmente, fuimos comprendiendo que el Decenio no era un movimiento feminista - aunque también esto es necesario - sino algo que atañe a toda la Iglesia, a su propia comprensión y naturaleza eclesial. En el Decenio no se intentó cuestionar las tradiciones de iglesias que no admiten la ordenación de mujeres. Para nosotros, el trabajo del Decenio no ha sido una amenaza, sino un método de acción positivo utilizado por nuestras iglesias.

    El Evangelio tiene la obligación y la capacidad de criticar la cultura. Durante las visitas de grupos y posteriormente, muchos hombres, entre los que me cuento, se sintieron conmovidos al comprobar - por primera vez- de cuánta violencia e injusticia económica son víctimas las mujeres, por razones culturales o de otro tipo, dentro y fuera de las iglesias en todo el mundo. Todo parece indicar que ninguna región está libre de manejos encubiertos para reprimir o marginar a las mujeres de diferentes maneras.

    Por esta razón, tendremos el deber y el privilegio de transmitir a nuestras iglesias los frutos y resultados de este Decenio.

    En muchos casos, las teologías contextuales necesitan corregir sus estereotipos acerca de la calidad de nuestra participación, solidaridad, amor y confianza mutua entre mujeres y hombres, por ejemplo en la adopción de decisiones, la formación teológica y el papel de los laicos en el ministerio en cada iglesia. El desafío que nos lanzó el Decenio debería conservar su vigencia. Guiados por el Espíritu podremos entonces transformarnos -en cada iglesia- en mujeres y hombres "cartas de Cristo escritas no con tinta sino con el Espíritu del Dios vivo, no en tablas de piedra sino en tablas de carne, en los corazones" (2¦ Corintios 3:3).

    Fase 3 - La Anticipación
    (Esta fase incluye la presentaci&0acute;n de
    los hombres y las mujeres que asisteron al Festival de la Década
    de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres y lo moderará Bertrice Wood).

    Carta a la Octava Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias de las Mujeres y los Hombres Participantes en el Festival del Decenio: DE LA SOLIDARIDAD A LA RESPONSABILIDAD Signos de esperanza y signos de desesperanza: Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres
    Bertrice Y. Wood
    Documento No. DE 7

    "Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve." Hebreos 11:1

    Hubo un día en nuestra historia como pueblo de fe, en aquella primera mañana de Pascua, en el que las mujeres descubrieron que Jesús había resucitado de entre los muertos. Sin embargo, su testimonio ante los apóstoles fue rechazado como una historia fútil. No creyeron su testimonio de la buena nueva.


    La buena nueva para la vida de la iglesia a lo largo de las generaciones es que ese rechazo no fue la última palabra acerca del cumplimiento de las promesas de Dios en la Resurrección. Aunque testimonios presenciales y sinceros relatos de muchos creyentes, especialmente de mujeres, de las poderosas intervenciones de Dios en la historia se han desechado como historias fútiles, una de las importantes afirmaciones que nos recuerda el Decenio de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres es que las mujeres no han sido meras espectadoras ociosas.

    En las visitas de equipo de "Cartas Vivas" se señaló que las mujeres son efectivamente los pilares de la iglesia en todas las regiones del mundo. Son la médula del Cuerpo de Cristo. Tal como en esa primera mañana de Pascua, la fidelidad y el testimonio de las mujeres sigue sustentando y nutriendo a la iglesia. Aprendimos irrefutablemente que las mujeres aman la iglesia, como siempre lo hemos hecho. En esta época, como lo descubrieron las Cartas Vivas visita tras visita, las mujeres más que nunca se están percatando de que los dones que Dios les ha dado son contribuciones valiosísimas para la vida de toda la Iglesia y de todo el mundo. Y las mujeres están urgiendo claramente a la Iglesia, como el Cuerpo de Cristo, a que encarne el ministerio de justicia de Cristo en donde quiera que haya injusticia, que siga el ejemplo de inclusividad de Cristo donde quiera que haya personas excluidas, sea en la iglesia o en la sociedad. La llamada a ser agentes de cambio comenzó con las enseñanzas de Jesús, que repudiaban muchas de las actitudes tradicionales respecto de las mujeres, y las enseñanzas que trazaban caminos para que las mujeres y los hombres vivieran como copartícipes en pie de igualdad, en el hogar, en la comunidad de fe y en la sociedad. Las mujeres - y por fortuna muchos hombres - no se han quedado ociosos. Aprendimos hasta qué punto son mundiales y ecuménicos el compromiso y la energía necesarios para superar cualquier obstáculo que divida a los fieles de nuestras iglesias y nos impida vivir en solidaridad con todas las personas del mundo.

    Las visitas de equipo, que se efectuaron a casi todas las iglesias miembros, demostraron cómo la solidaridad y la sensibilidad cultural pueden ir juntas. Las visitas han alentado a las iglesias de cada contexto y tradición a que hablen. Han permitido que las mujeres y los hombres de cada iglesia percibieran lo que significa la solidaridad con las mujeres en su entorno. En efecto, las visitas ofrecen un modelo de cómo el CMI podría abordar otras cuestiones del ámbito ecuménico.

    Hay signos patentes de esperanza que los equipos de visita han descubierto. Estos signos nos dan la esperanza que nos permite prever que los logros del Decenio habrán tenido un significado duradero y transformador para las iglesias y el CMI. Se han logrado cambios positivos. En muchos lugares, dirigentes de la iglesia están examinando sus prioridades, poniendo ante toda la iglesia la condición de la mujer en la institución y la llamada de las iglesias a participar en la misión de Dios, aprender de la visión del Profeta Amós, rellenando las brechas, levantando las ruinas, características de la situación de tantísimas mujeres. Hemos oído poderosos testimonios de hombres que, según sus propias palabras, se han "convertido". Ha florecido la solidaridad entre las mujeres, aunándolas a través de barreras humanas de raza, clase, nacionalidad, confesión, perspectiva teológica y vocación en la iglesia. Las mujeres han progresado apoyándose mutuamente en situaciones de guerra y de violencia. El Decenio y las visitas de equipo han sido positivas para las iglesias y sus miembros, en especial, pero no exclusivamente, para las mujeres. El Decenio ha sido un don de Dios a las iglesias y al Movimiento Ecuménico.

    Sin embargo, lamentablemente, también ha habido signos patentes de desánimo. Nos produjo tristeza y rabia darnos cuenta de que la experiencia que las mujeres tenemos en común, al margen de nuestra situación en la iglesia o en la sociedad, es la experiencia de la violencia, en nuestros hogares, nuestras sociedades, y hasta en nuestras iglesias. La "cultura del silencio" por lo que respecta a la violencia ha sido tan ensordecedora que, a veces, se ha sentido como una conspiración. El Cuerpo de Cristo existe para transformar y no para ser transformado por el mundo. Aun así, descubrimos la tendencia generalizada a utilizar la palabra "cultura" como baluarte de defensa contra el cuestionamiento de las actitudes y las prácticas tradicionales hacia las mujeres. También ha habido logros notables en muchas iglesias, pero el Decenio ha sido ampliamente un Decenio de mujeres que cultivan la solidaridad con las mujeres de todo el mundo. En general, las iglesias no han permitido que los objetivos y el proceso del Decenio introduzcan en el conjunto de la iglesia nuevas visiones de fidelidad al Evangelio. En todas partes ha habido una enorme brecha entre las palabras y las acciones. Estos signos nos recuerdan que debemos confesar que los objetivos del Decenio todavía pasan por alto a las iglesias. Es claro que el programa del decenio está incompleto.

    No obstante, en medio de estas actualidades, las mujeres y los hombres solidarios han demostrado un extraordinario coraje y dedicación a las iglesias y a la curación, dando sentido a la palabra del Evangelio. Se han cuestionado abiertamente los modelos de discriminación y opresión. El coraje y la dedicación no se perderán.

    Cuando se lanzó el Decenio, muchos temíamos que al centrar la atención en un determinado marco temporal, corríamos el riesgo de que las iglesias y el CMI vieran un día llegar el fin del Decenio con un suspiro de alivio y volverían a desatender la visión, la energía y los recursos necesarios para mantener la iglesia en su camino hacia la salud y la plenitud. Sin embargo, sabíamos que había llegado el momento de fijar una intensa atención en esta permanente empresa ecuménica. Estamos en el final del Decenio; sin embargo, más importante aún es que estamos en la cúspide de un período de kairós. Haríamos bien en recordar que las mujeres que se acercaron a la tumba en la primera Pascua, descubrieron que con la piedra desplazada no acababa su tarea sino que se las invitaba - y a los demás discípulos - a emprender un camino de vida y testimonio hacia el Cristo resucitado que nos redime y nos libera de todo lo ajeno a lo que significa ser creados hombres y mujeres, a imagen de Dios. El Decenio ha resultado, en muchos aspectos, más de lo que preveíamos, pero mucho menos de lo que soñábamos, esperábamos y por lo cual habíamos orado.

    La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Nos acercamos a la culminación del Decenio y al paso al siglo XXI con un llamamiento renovado a las iglesias a que construyan a partir de los logros y el trabajo inacabado del Decenio. Lo hacemos confiadas en que el Dios que buscamos es fiel a sus propias promesas. Nos unimos a la multitud de testigos de esta generación y de generaciones pasadas previendo que Dios continuará actuando con las iglesias y las personas de fe en la transformación de la vida de las personas, nuestras iglesias, nuestras culturas y nuestro mundo.

    El Festival del Decenio presenta a esta Asamblea y a las iglesias a las que representamos el comunicado "Desafíos de las Mujeres: Hacia el Siglo XXI". Plantea desafíos específicos que llaman a la acción. La búsqueda de la justicia económica continúa, especialmente en las formas en que mujeres y niños son los más directamente afectados por las tendencias de la mundialización de la economía. Todavía no hemos respondido fielmente al imperativo ético y teológico de la iglesia de abrazar y facilitar la plena participación de todas las personas. Hemos iniciado el camino hacia la responsabilización de las mujeres para compartir la plenitud de sus dones y para permitir que la iglesia se enriquezca con ellos; sin embargo, todavía nos queda mucho por recorrer. Las mujeres han encontrado formas de crecer en solidaridad con personas a través de los muros del racismo y de las tensiones étnicas. El Movimiento Ecuménico y nuestras iglesias están llamados a seguir apoyando ese liderazgo de las mujeres. Las mujeres saben que la violencia contra ellas, de cualquier forma que fuere, es pecado, e instan a las iglesias a dar un valiente paso para declararlo, del mismo modo que las iglesias han denunciado ecuménicamente otros pecados sociales como contrarios a la propia esencia de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.

    Observemos el símbolo del agua. Recordemos las proféticas palabras de Amós: "...corra el juicio como las aguas y la justicia como arroyo impetuoso." A las mujeres y los hombres que han trabajado en el jardín del Decenio, les podríamos decir que sean valientes. Con frecuencia, la semilla de la Palabra de Dios cae en lugares desconocidos e imprevisibles. A menudo salen nuevos brotes tardíos en donde los labradores han arado la tierra pedregosa y plantado semillas. Con frecuencia son quienes más tarde cruzan el jardín quienes descubren la transformación. La cosecha es copiosa y se necesitan más operarios. Nuestra esperanza es lo que aún está por venir cuando nuestras iglesias y nuestras sociedades se alimenten con las aguas del juicio y los arroyos de la justicia.


    Plenarias deliberativas
    Octava Asamblea y 50 Aniversario
    derechos del autor 1998 Consejo Mundial de Iglesias. Para comentarios:
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